Por: Camilo Porto Rojas y Juan I. Rojas Porto| Línea Naiconal Popular
“Esta tarea de comprensión de la realidad, en sus dimensiones multicausales, es también una acción revolucionaria porque únicamente entendiendo dónde están nuestras debilidades y cuáles son nuestros errores podremos superarlos inmediatamente y reducir el campo de eficacia de las acciones de las fuerzas conservadoras.” Álvaro García Linera (2016)
Vamos a recurrir al pensamiento crítico, libre de ataduras orgánicas ni omisiones forzadas por la llamada “coyuntura”; al pensamiento entendido como ejercicio libre del intelecto, hilvanando ideas, interpretando hechos, comportamientos y acciones, arrojando observaciones que crispan a los ajenos… e inquietan a los propios. Es que el pensamiento nos apasiona y consideramos que su libre desenvolvimiento fortalece con su potencia transformadora la causa por la cual millones de compatriotas latinoamericanos elegimos luchar todos los días de nuestras vidas.
Hacer política implica comprenderla; comprender la política, pensarla. Para ello, debemos dejar de lado toda atadura superflua, vicio en el que todos caemos o hemos caído recurrentemente a la hora de zambullirnos en el camino de la militancia política. Debemos eliminar ciertos preconceptos, ideas sin sustentación sólida (sin sustancia), arriesgar vínculos con tal o cual sector al que pertenecemos y al cual pudieran inquietar el desarrollo de nuestro pensamiento. En ciernes, se debe enfrentar la posibilidad de que aquellas “verdades” que creemos ciertas sean “verdades a medias” o, posiblemente, “falsedades”, errores de percepción: si aquel o aquella “líder” no lidera más que a un sector particular del Movimiento, si las grandes decisiones en equis materia de tal o cual funcionario no hayan sido tan “grandes”, que el mismísimo “partido de la revolución nacional” no sea tan “revolucionario”, si al “gobierno del Pueblo” no le faltó quizás una cuota de “Pueblo”.
Pensar la realidad no implica solamente tomar como objeto de estudio a nuestros enemigos; en mayor medida es necesario abordar nuestras organizaciones, nuestro movimiento, someterlo a “juicio”, valorar sus virtudes y comprender el porqué de sus limitaciones. San Agustín, del que Juan Perón tomará muchos conceptos en un futuro, decía en su obra que, para gobernar, primero es preciso "Gobernarse a uno mismo".
Asumir la necesidad de este ejercicio es un acto militante que bajo ningún concepto puede perjudica el avance de nuestro movimiento. Por el contrario, lo fortalece y realiza.
Pensar nuestro movimiento conducirá naturalmente (sobre todo si el ejercicio es sincero) a una serie de críticas hacia el mismo. Tal resultado, a oídos y ojos de los propios no será bien recibido. Al menos en un principio, provocará rispideces y enojos. Estas reacciones son absolutamente naturales: todo grupo social rechaza las críticas en el momento histórico de su desarrollo toda vez que el mismo ya es blanco de las “criticas” de los sectores dominantes de su tiempo. Así, los grandes Movimientos Populares el al ser objetivo cotidiano de los proyectiles mediáticos resortes del Capital Financiero, recibirán las críticas propias (en el mejor de los casos) como inapropiadas, sino como abiertas claudicaciones que contribuyen a los embates del enemigo. Por tal motivo, el ejercicio analítico en derredor de nuestro Movimiento se torna “inapropiado”, “obstructivo”, “riesgoso”. Se propone a las voces críticas callar hasta que sea el "momento adecuado". Más las coyunturas, tanto en tiempos de revolución como de contrarrevolución, impedirán eternamente el ejercicio del pensamiento si éste no toma el toro por las astas y avanza por sobre las estructuras.
Estas reacciones no deben nublar el pensamiento crítico. Las mismas son absolutamente naturales e inevitables. Todo movimiento popular ha atravesado estas limitaciones. La ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha expresado en reiteradas ocasiones sus críticas hacia el Movimiento Nacional Justicialista del que formó y forma parte (tanto al frente del gobierno como en tiempos de oposición). No sería antinatural que los hijos e hijas de su gobierno esbocen apreciaciones similares en derredor de su gestión al que por cierto adhirieron y adhieren, así como de la construcción política de las diversas organizaciones del Movimiento.
Por tal motivo, consideramos necesario trazar algunas líneas que entendemos son de relevancia para recomponer tejidos dañados.
Surge a la luz de estos años la necesidad de repensar la militancia en todas sus formas, actuales y pasadas. Existen ciertos vicios, errores tácticos y metodologías de acumulación política que pensamos deben ser revisadas ya que muchas han actuado como limitantes más que como impulsoras de una militancia activa y transformadora.
La intención aquí es reflexionar sobre nuestras prácticas políticas actuales, sobre la forma en que militamos al interior de nuestro espacio y al exterior de éste. Al revisar el camino recorrido encontramos un conjunto de aspectos que, de haberse corregido en el momento indicado, hubieran facilitado el abordaje de muchos conflictos naturales en los movimientos de masas, pero que tienden a derivar en fracturas y exclusiones si no se los trata adecuadamente. Los ejemplos suelen salir en las charlas de todos los días: en la mesa familiar, en el trabajo (mate de por medio), en las movilizaciones, en las unidades básicas, en el sindicato, en el comedor comunitario. Siempre un comentario, una disidencia, un reclamo dirigido hacia “la conducción”, disparan una serie de cruce de posturas que se entrelazan en un debate interminable con condimentos tales como “seguidismo”, “traidores”, “puritanos”, “personalismos”, “obsecuencia” o “lealtad”; que “tal sector no militó al candidato” o que tal otro “sólo milita con recursos de arriba”; que a equis organización se le daba un rango de liderazgo del que carecía o que tal o cual medida alejó a cierto sector que bien podría haber apoyado el proyecto de habérselo atendido en el momento indicado, entre otros.
Es necesario señalar a modo de advertencia que los puntos vertidos son meros enunciados sin el desarrollo adecuado que cada uno de ellos merece (será tarea de cada militante hacer lo suyo en el lugar y momento indicados). Este artículo solamente aspira a actual como disparador. Podrá estarse de acuerdo o no con las opiniones expresadas, más el pensamiento no intenta siempre convencer, sino movilizar las ideas, reproducirse, forjar un rumbo común en base al debate práctico y sincero, para recuperar inclusive la capacidad de Persuasión que el militante peronista siempre había tenido como virtud.
Vamos violentamente hacia las primeras apreciaciones con una buena noticia: sectarismo, dogmatismo y falta de pensamiento crítico, tres grandes problemas que nos han costado caro, comienzan lentamente a disiparse. Ya casi no existen sectores que no les “haga ruido” algo, que no sientan una arrebatadora necesidad de exigir explicaciones, que no les atraviese la invasora gana de comprender por qué estamos hoy, aquí, en la crítica división del Movimiento que intentamos corregir.
Es ostensible, estamos asistiendo a una nueva etapa, a la reconfiguración del gran Movimiento Nacional argentino. Más existen muchas inteligencias que, formadas al calor del pasado reciente (quien escribe estas breves líneas es parte de aquel tiempo y reconoce en sí mismo grandes aspectos de los aquí criticados) no alcanzan a descifrar los movimientos internos que se desatan en el cuerpo social del país y la región.
La evolución está en marcha: estructuras que ayer componían al Movimiento Nacional, tendencias económicas, postulados geopolíticos, ciertos dogmas en derredor de modelos productivos, aspectos relativos a contradicciones principales y secundarias, apreciaciones sobre el trabajo informal, el género, la inmigración, nociones acerca del rol del Estado y su relación con las Organizaciones Libres del Pueblo, modelos de construcción de hegemonía de neto corte estatal; todo se encuentra en permanente revisión.
Esta vertiginosa crítica hacia los “dogmas” de nuestro movimiento nace –tal como sucedió en aquellos años previos al estallido del 17 de octubre de 1945– del Pueblo y sus organizaciones, es decir “de abajo hacia arriba”. Al calor de la lucha de estos últimos tres años y frente a la inacción (o esterilidad) de la oposición político-partidaria para frenar las atroces acciones del gobierno oligárquico, las Organizaciones Libres del Pueblo (OLP) han sometido a revisión una importante cantidad de principios políticos propios del período nacional popular 2003-2015, desentrañando una serie de errores de diversa índole cometidos en aquellos años.
Un rasgo distintivo de esta época es que potencia vital de las OLP de nuestro movimiento, robustecida por la intensa lucha contra la Oligarquía gobernante y enaltecida por la calidad de sus dirigentes y múltiples liderazgos, ha traccionado a organizaciones populares que hasta el momento habían permanecido ajenas a nuestro margen de representación. Quienes ayer veían en el campo Nacional Popular una expresión más del nacionalismo burgués, hoy se incorporan entusiastas a lo que consideran una herramienta indispensable para la construcción de un frente de liberación nacional capaz de devolverle a los argentinos y argentinas su futuro, su presente. Quienes otrora entendían la figura de la figura de Cristina Fernández de Kirchner como un elemento ajeno a “lo popular”, hoy comienzan a percibir a la ex presidenta con otra dimensión, más cercana a los movimientos de liberación, más ajena al gran Capital Trasnacional. Como siempre, nuestros enemigos han aportado con su granito de arena para que esto ocurra: la persecución a la ex mandataria no ha pasado por desapercibido para grandes sectores populares, también perseguidos.
Nos permitimos aquí una pequeña pero importante digresión:
Al inicio del período Nacional-Popular, la Argentina contaba con dos grandes centrales obreras (CTA y CGT); al culminar el proceso en 2015, la Clase Trabajadora se dividía en cinco centrales, tres de las cuales no apoyaron el proyecto nacional popular. Más allá de ciertos matices (que no desarrollaremos), si a los hechos nos remitimos deberíamos afirmar que la política de acumulación del Gobierno Popular no supo (o no quiso) interpelar a la inmensa mayoría de las organizaciones sindicales existentes. De hecho, las eyectó. Siendo el Peronismo la identidad ideológica del gobierno kirchnerista, y considerando que dicha ideología (aunque la ex presidenta así no lo interprete) se asienta principalmente en la potencia proletaria de las Organizaciones Sindicales, suplantar al Sindicalismo Argentino (no nos referimos aquí a la Clase Trabajadora, quien si acompañó el modelo; hablamos estrictamente de sus organizaciones sindicales) por formas organizativas de neto corte etareo o político partidario (como las agrupaciones juveniles, por ejemplo) es un verdadero disparate.
La política de acumulación social de los últimos años de gobierno kirchnerista fracasó de manera estrepitosa, más ésta no ha sido la única fuerza política con este problema. El conjunto de los partidos y frentes político-partidarios de la Argentina han demostrado, antes y después del gobierno kirchnerista, una incapacidad absoluta de representar sectores ajenos al núcleo propio. Por el contrario, tienden a convertirse en expresiones clásicas de minoría.
Volvamos al tema.
Tres grandes sectores de las OLP hasta ayer ajenos a la construcción política del gobierno popular (2003-2015) han irrumpido con potencia transformadora en nuestro espacio. Se tratan del Sindicalismo, el feminismo y los Trabajadores/as de la Economía Popular. Cada uno de ellos, con sus reivindicaciones sectoriales; cada uno de ellos con la conciencia plena de que el enemigo brutal se encuentra en la Casa Rosada. A contramano de las opiniones vertidas en derredor del modelo de acumulación social de la Rama Política del Movimiento, la política de unidad practicada por las distintas ramas de la Clase Trabajadora y el feminismo en los últimos tres años ha sido de un éxito apreciable. En poco tiempo, sectores absolutamente antagónicos y aparentemente irreconciliables han emprendido una lucha articulada sin antecedentes inmediatos. Los ejemplos son variados y merecen ser estudiados en profundidad. Lo que los partidos no pudieron lo pudo la lucha en la calle.
Vamos a otro aspecto relevante:
Es importante señalar una característica de la militancia de éstos sectores que no se ha visto en la etapa anterior: la autonomía. Mientras un sector tradicional de la militancia juvenil político-partidaria se caracterizó por formas organizativas de carácter vertical acentuada en la mitificación del liderazgo de la ex presidenta, la militancia social, sindical y feminista comparten la autonomía política como elemento común. Cada uno de ellos posee dirigentes propios, referencias marcadas, microliderazgos construidos a lo largo de los años.
En el caso del feminismo, por ejemplo, existe la particularidad de una construcción horizontal eficaz: si bien existen referencias fuertes y de gran representación al interior del sector, carecen de estructuras orgánicas de liderazgo centralizado; es la idea la que tracciona, proyecta y vence.
Es preciso señalar que la construcción política estructurada en derredor de un liderazgo firme no es una práctica negativa. La inmensa mayoría de las revoluciones nacional populares de la historia se han producido en base a esta modalidad de acumulación política. Sin embargo, la historia de nuestro continente ha demostrado que posee limitaciones claras. Ya en la década del 60’, Juan Domingo Perón señalaba las limitaciones de estas construcciones, anteponiendo la fuerza de una Comunidad Organizada como única construcción permanente. Paralelamente, hay por demás evidencia empírica de organizaciones políticas orquestadas en función de liderazgos fuertes sin anclaje en un proyecto trasformador, suelen caer en prácticas sectarias y excluyentes propensas a conducir a las susodichas a concebirse en minoría. Las pasiones y los anhelos qué tal o cual liderazgo pueda despertar en el Pueblo son por demás apreciables y sería un error de proporciones criticarlas o, peor aún, combatirlas. Más la construcción política de las organizaciones libres del pueblo deben trascender al “Hombre” o a la “Mujer” para proyectar sus prácticas en función de un proyecto de liberación. Cuando las acciones del líder se encaminan dentro de ese proyecto, se los aplaude; cuando no lo hace, se los crítica. El pensador boliviano Álvaro García Linera ha postulado la posibilidad de resolver este problema creando “liderazgos colectivos”, más admite que aun lográndolo el problema no se acaba ahí.
Esta marcada autonomía que caracteriza al feminismo, el sindicalismo y los movimientos sociales no debe ser entendida como “a-política”. Cada uno de estos sectores se expresa bajo formas políticas marcadamente ideológicas e identitarias. Múltiples tradiciones, orígenes diversos, identidades de Clase, de género, político-partidarias, religiosas o antirreligiosas hacen de estas expresiones una rica y diversa amalgama ideológica que, dentro del Frente Nacional, no haría más que enriquecer el presente de un movimiento que a su vez tiene origen en corrientes de pensamiento tan diversas como las que actualmente se incorporan.
Estos tres actores han sabido actuar en forma conjunta e independiente de los Partidos Políticos. El colectivo "Ni Una Menos" ha participado de jornadas de lucha sindical como el glorioso 21-F, así como en jornadas de lucha social compartiendo ollas populares con la CTEP; las centrales sindicales y Movimientos Sociales, de las Huelgas Feministas contra la violencia machista.
Otro punto que no debemos desconocer es que el grado de acumulación de estas estructuras ha crecido exponencialmente a partir de su activa participación en los grandes temas nacionales y sociales, movilizándose en las calles. Mientras la dirigencia opositora se mataba entre acusaciones cruzadas de “traidores” y “culpables”, las distintas ramas de las Organizaciones Libres del Pueblo emprendían al calor de la lucha un virtuoso proceso de unidad. El gran ausente en las calles (sin contar dignas y honrosas excepciones) ha sido y sigue siendo la Rama Política y sectores de la militancia nacional popular, quienes no terminan de comprender el fenómeno social que se viene desarrollando desde inicios de 2016, donde el liderazgo colectivo de las OLP tracciona tras de sí aquella representación social vacante que los dirigentes de los partidos opositores no han sabido (o querido) representar.
Esta tendencia hacia la “unidad para frenar el ajuste”, esta fe en el trabajo comunitario, esta potencialidad forjada por las OLP en torno a la necesidad de vencer a la Oligarquía, resignando diferencias sin necesidad de anular identidades en pos de combatir lo injusto ha sido un elemento indiscutible de representación. Las columnas de estas organizaciones han crecido de manera paralela a la retracción de las filas de la militancia partidaria.
¿Qué ha ocurrido con el ímpetu y la mística de las organizaciones políticas y juveniles?
Creemos que la "auto-minoritización", o dicho de otro modo la nociva obstinación de pensarse en minoría, ha sido útil para que las castas privilegiadas puedan operar sin mayores inconvenientes. La desconfianza de vastos sectores de la militancia nacional hacia quienes están luchando en las calles ha desmovilizado a una considerable fracción de la masa opositora, alejándolas del colectivo y manteniéndolas en un microclima viciado y estéril cuyo único resultado es la formación de patrones depresivos conducentes a acentuar la individualidad y rechazar la acción colectiva. Jamás se han detenido a pensar por qué estos sectores hoy aliados no se han sentido representados por el anterior gobierno popular. Prefirieron tildarlos de "gorilas", "culpables de la derrota", entre otros epítetos.
Más aún, cuando el Movimiento Obrero, los trabajadores de la Economía Popular o el Feminismo pretenden pensarse al interior del futuro gobierno del Pueblo, imprimiéndole la base de sus reivindicaciones sectoriales, se los rechaza, se los niega.
Sin embargo, a pesar de todo esto, el movimiento crece, se desarrolla, sobrevive a las contradicciones y se enriquece en cada cruce de intereses. Crea sus autodefensas, genera anticuerpos. Esos anticuerpos son principalmente células de pensamiento crítico, fuertes e intensas que evitan el quiebre ante las diferencias.
Pensamos que es necesario sentar las bases de nuevas conductas de militancia, en donde los trabajadores, la economía popular y el feminismo pueden aportar mucho. Para ello, debemos darnos todas y todos un profundo “baño de humildad” y ceder a las fuerzas emergentes la confección de los futuros programas de gobierno, de los grandes objetivos nacionales y sociales, de la redacción de una posible nueva Constitución Nacional. Hasta el momento, ha sido la Rama Política la que ha impuesto las reglas del juego al resto de las fuerzas vivas del Movimiento. Es hora de que esa ecuación, si es que seguimos llamándonos “peronistas”, se revierta.
EL ESTADO
Un último aspecto que no queremos dejar de mencionar es aquel referido a la cuestión del Estado. Existe entre los sectores tradicionales de la militancia una suerte de exaltación del Estado. Esta conducta hacia la institución estatal obedece a la necesidad de los Pueblos de hacerse de la única herramienta que entienden útil y accesible para transformar su realidad.
El diagnostico no es errado. En las naciones periféricas como la Argentina, el conjunto de las instituciones civiles y públicas suelen permanecer, gobierne quien gobierne, en manos de las Clases Dominantes. Por tal motivo, acceder al Estado, ocuparlo, dirigirlo se hace un imperativo para la supervivencia de las clases subalternas. Tal es así que la inmensa mayoría de las experiencias nacional populares, progresistas o revolucionarias han sido atravesadas por una marcada identidad estatal. Identidad que penetra al conjunto de las prácticas políticas de nuestros gobiernos, estructurando su fuerza principalmente en lo Estatal, en lo público.
Esta hegemonía del Estado, este síntoma, común en la mayoría de los gobiernos nacional populares de nuestra región, ha entrado en crisis desde hace unos años. La hegemonía del Estado como patrón de acumulación de poder de nuestros gobiernos, ante el primer embate cuerpo a cuerpo contra nuestras oligarquías vernáculas, no fue suficiente. Habíamos confiado en que “con el aparato, basta”, más la experiencia nos demostró que no fue así.
De pronto, nos dimos cuenta que por debajo del Estado –el cual habíamos perdido en contienda electoral– no había nada. Al menos nada propio lo suficientemente sólido, lo suficientemente organizado para sostener las conquistas sociales obtenidas con gran esfuerzo. En la Argentina, por ejemplo, la inmensa mayoría de las estructuras populares organizadas habían sido rechazadas hacía años por nuestro gobierno quien creyó que “con el Estado y la Juventud es suficiente”. No lo fue. Claro está, esto no significa que al seno del proyecto nacional no existieran organizaciones populares que tuvieran la voluntad de actuar como soporte de las conquistas del gobierno peronista, más la dirigencia central del partido no creía pertinente delegar parte del poder en éstas. Sólo el Estado y nada más que el Estado podría salvar a la Patria.
Lo cierto es que en la etapa histórica global que atravesamos, donde el poder desconoce banderas y nacionalidades, la necesidad de hacerse del Estado es indiscutible. Más la noción de la importancia del Estado como herramienta para la transformación no debe distraernos del rol central de un gobierno Nacional-Popular: generar poder popular. ¿Acaso el eje central de la filosofía peronista no es la autodeterminación popular: el Pueblo hace lo que el Pueblo quiere, en tanto es libre de decidir su propio destino? ¿No es este el objetivo final de una doctrina que nace bajo la premisa de la inutilidad de los viejos partidos políticos frente al emergente de los movimientos populares quienes no depositan sino en sí mismos la resolución de su propio destino? ¿No es la “comunidad organizada”, expresión definitiva de la democracia perfecta, la meca de todas las luchas por la libertad y la justicia?
Los sindicatos, los movimientos populares, el movimiento feminista no conciben las prácticas políticas sino por medio del fortalecimiento de sus organizaciones. Piensan al mundo en función de ellas. Luchan, educan, interpelan a la realidad a través de ellas. Las OLP no consideran al Estado su “enemigo”, más tampoco un aliado eterno: cuando éste les responde, lo acompañan; cuando no les responde, luchan por inferir en él. Así han actuado a lo largo de su historia. Esa autonomía, esa independencia de los aparatos institucionales del gobierno les ha permitido desarrollarse al margen de las eventuales derrotas populares, conservando aún en tiempos difíciles su potencia transformadora, única herramienta verdaderamente propia a la hora de la lucha.
Es preciso comprender que la toma del Estado no garantiza en absoluto la concreción ni el sostenimiento de un programa Nacional-Popular. Pretender suplantar el apoyo de las Organizaciones Libres del Pueblo por actos administrativos y burocráticos ha sido y será un disparate sin sentido. Por el contrario, tal como ha dicho el compañero Álvaro García Linera en el último Foro del Pensamiento Crítico celebrado en Buenos Aires hace unos meses:
“La gobernabilidad real, plebeya, que se construye es: mayoría parlamentaria – mayoría callejera; se gobierna desde las calles – se gobierna desde el parlamento. La unidad de ambas da gobernabilidad a los gobiernos progresistas.”
Estas líneas –que a la luz del resultado final resultan un poco extensas– intentan como lo hemos señalado ser tan solo disparadores de un debate que debemos desarrollar en torno a qué militancia queremos para el futuro y qué militancia necesitamos para el presente inmediato. Los nuevos actores que se suman a la construcción política provienen de largas tradiciones de militancia marcadas por una fisonomía histórica propia de cada sector. Cada uno de ellos acarrea consigo diversas formas de concebir la militancia que en muchos casos choca con las viejas formas tradicionales con las que nuestra generación y otras anteriores hemos actuado en política. No debemos sólo aceptarlas, debemos comprenderlas e incorporarlas como propias.
En el año que se avecina, debemos sentar las bases y elementos de una articulación política, social, sindical y feminista capaz de construir la senda por la que avanzará el Pueblo hacia su liberación definitiva. Para ello, la humildad, el respeto, la autocrítica y la coherencia deben ser banderas imprescriptibles, deben ser preceptos eternos. No podremos cumplir con el compromiso que la historia nos ha tomado si fallamos en esto. La Hora de los Pueblos ha llegado. América Latina clama por la resurrección de la Patria Grande, el Pueblo argentino debe ser parte integral de ese proceso. Y depende de nosotras y de nosotros hacer cumplir el mandato de una realidad que ya se impuso sin Estado, sin gobierno ni instituciones que la contengan. La militancia política, la militancia social, feminista y sindical tienen mucho que hacer y que decir en ese proceso.
Pero sobre todo, tienen mucho que pensar. Pues será con la idea de los Pueblos del presente con que se levantarán los cimientos de la Argentina del futuro.
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