Por: Camilo Porto Rojas | Línea Nacional Popular
Dice el Diccionario de la RAE que el término “Carnero” refiere, además del conocido mamífero de cuernos robustos, a aquella “Persona que es pasiva y tiene escasa voluntad o iniciativa propia”. Otra acepción a la palabra refiere a aquella “persona que no se adhiere a una huelga o protesta de sus compañeros, y se muestra complaciente con los intereses de la Patronal”. Esta segunda acepción es muy utilizada en el mundo sindical, fundamentalmente cuando ciertos sectores o individuos no adhieren a medidas de fuerza. Más existe en ciertos sectores del trabajo que excede las definiciones tradicionales del término. Sus altos salarios, su condición social dentro del sistema de poder semicolonial, el prestigio sostenido por dicho sistema sin el cual no es “nadie” y las condiciones de dominación – invisibles a los ojos del sujeto– que lo conducen a ser un verdadero títere de los intereses patronales, lo convierten en un verdadero peligro para la comunidad en su conjunto.
Varios autores del pensamiento nacional han estudiado este fenómeno. Las sociedades capitalistas, sobre todo en las naciones semicoloniales como la nuestra, sostienen ciertas ilusiones de “progreso” y “escala social” con motivo de justificar el sistema de división del trabajo que jerarquiza ciertas formas de trabajo por sobre otras. Así, tanto Hernández Arregui como Oscar Varsavsky han explicado en diversos trabajos cómo la sociedad semicolonial opera en el campo de la literatura y de la ciencia creando diversas instituciones en el orden civil y estatal cuyo prestigio catapultaría a los hombres y mujeres de sectores medios al “éxito”. “Ser parte” de estas instituciones es –explican los autores– estrictamente necesario para lograr “ascender”, no solamente en términos materiales, sino a escala social. El “prestigio” otorga –aunque sea una abstracción ilusoria– cierta sensación de poder, de cercanía al poder o bien de jerarquía por sobre aquellas fracciones de la comunidad “sin poder” aparente, a saber, la inmensa mayoría de la Clase Trabajadora. El factor que se torna invisible no es otro que la dependencia de ese prestigio a las relaciones semicoloniales existentes. Así, un escritor deberá subsumirse a las imposiciones del círculo al cual pertenece, si es que quiere seguir perteneciendo. Paralelamente, el científico, reconocido por publicar sus estudios en ciertas “revistas de ciencia”, deberá subordinarse a las limitaciones que un sistema económico subdesarrollado basado en la exportación agrícola ganadera le impone. En ambos casos –ejemplos, como los hay otros–, la defensa de las condiciones de dominación del país se entiende como tarea fundamental, ya que el sujeto “es” en tanto dicho sistema le garantiza su jerarquía. Por tal motivo, toda idea o colectivo que arremeta contra el sistema debe ser repelido. La instauración de un nuevo orden social destruiría aquella brecha ilusoria que separa al académico de la comunidad. Así la libertad se atrofia, se convierte en una simulación, en un culto efímero y pasajero.
Esta misma situación ocurre con la Prensa, más precisamente, con la llamada “Prensa Libre”, verdadero escuadrón de batalla de las clases dominantes. Más vale una aclaración –quizás obvia– al respecto: A diferencia de la literatura o la prensa, la influencia de la Prensa, en tanto institución formadora de sentido común, es totalizadora. Decía el pensador Juan José Hernández Arregui al respecto:
"Un manto grasiento de mentiras cubre a la llamada civilización occidental y cristiana. Las mismas informaciones, los mismos alimentos periodísticos científicamente orquestados por un puñado de agencias noticiosas -en su mayoría norteamericanas- son los megáfonos monstruosos de los trust mundiales que dirigen la economía internacional y congelan la Opinión Pública en una visión aberrante de la vida. Esta información cotidiana que reciben millones de seres no es más que la pantalla deformante del mundo real interpuesto por los monopolios. El imperialismo económico aparea el imperialismo cultural."
En este sentido, el mismo autor declara:
"El 90% de las noticias políticas, financieras, artísticas, historietas para niños y adultos, son acaparadas por diez agencias noticiosas de ilimitado poder difusor, a las que deben sumarse las estadísticas y estudios especializados, no siempre falsos, pero incompletos y dirigidos a deformar la realidad. Estas agencias noticiosas y organizaciones (...) son fábricas de narcóticos ideológicos, de mercaderías mentales que atrofian en el infantilismo cultural, o en la verdad a medias, a millones de seres en las metrópolis y en las colonias."
Vale aquí aclarar que al interior de estas cadenas de prensa existe también, como en todas las ramas de la producción capitalista, División del Trabajo, jerarquías, mayores y menores salarios, etc. En este sentido, al hablar de “carneros” en este trabajo, excluimos categóricamente a las trabajadoras y trabajadores de prensa que, vale aclarar, en lo que va del régimen oligárquico, han sido uno de los sectores más afectados. No sin resistencia por parte de sus organizaciones sindicales, tan sólo en Buenos Aires, casi 3.000 compañeras y compañeros de prensa han quedado en la calle. Las razones de los despidos van desde el cierre total de empresas periodísticas hasta la abierta e indisimulada persecución ideológica. Recordamos y hacemos homenaje en este párrafo a las compañeras y compañeros trabajadores de TELAM, quienes aún siguen luchando por volver a la histórica agencia de noticias del Estado.
Ahora bien, más allá de la responsabilidad institucional de las empresas monopólicas de prensa, que hoy controlan casi la totalidad del espectro comunicacional argentino, no podemos dejar de mencionar y repudiar el patético y lastimoso acto de servilismo rapaz que vienen desempeñando algunos colegas de radio, diario y televisión. Es difícil llegar a percibir el grado de irracionalidad mental y daño psicológico que algunos conductores televisivos, columnistas de diarios y locutores radiales padecen para continuar exhibiendo su putrefacción gratuitamente al hacerse eco de las mentiras que sus patrones les mandan a proyectar. A tal grado ha llegado su desenfreno en estos últimos tiempos, que han llegado a justificar el apartamiento de las voces periodísticas disidentes al gobierno liberal oligárquico de sus medios de origen. Los casos abundan y no serán mencionados por no redundar. A tal grado ha llegado la decadencia de esta casta ilusoria que pretenden y creen ser los “estrellitas” de la pantalla y el micrófono oficialista, que se irritan al escuchar a un disidente criticar su servilismo vomitivo que oculta la pobreza, los despidos, la inflación, los tarifazos, la violencia institucional, el saqueo del país, el desguace del Estado y demás actos contra la integridad humana y nacional bajo las tan conocidas “operaciones mediáticas” que enarbolan denuncias de corrupción que más tarde tomarán los fiscales del también cómplice Poder Judicial. Bajo gritos de histeria y muecas que dan luces de la insanidad mental de estos pequeños seres, acusan a dirigentes sindicales, líderes sociales y opositores políticos de las más bajas fechorías sin prueba alguna; justifican el salvaje sistema represivo conducido por la ministra Patricia Bullrich Luro que se llevó las vidas de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, y los militantes populares Rodolfo Orellana y Marcos Soria, entre otros; ocultan tras un manto de invisibilidad los negociados de la gestión Cambiemos, anteponiendo la tan tristemente célebre “pesada herencia K” a los más inescrupulosos hechos de corrupción jamás vistos en nuestro país desde la Década Infame.
Estos mequetrefes, que inocentemente creen pensar por sí mismos, no parecieran reparar en el hecho de que las infames conductas que han tenido en estos últimos tres años tienen consecuencias. Sin embargo, por estas horas, no son pocos los que comienzan a desligarse sutilmente de la figura del Ex Presidente. Más aún persisten, entre la decadencia periodística generalizada, figuras emblemáticas del “Medio Pelo” argentino detrás de las cámaras vociferando las líneas que sus patrones redactan. Son los mismos que, tras la muerte del compañero Néstor Kirchner, afirmaron que “el ataúd estaba vacío”, que la despedida que le brindó su pueblo estaba “organizada por Fuerza Bruta”, entre otras falacias difícilmente olvidables.
El día de ayer, la ex presidenta y principal líder opositora, Cristina Fernández de Kirchner, publicó en sus redes sociales un video con su voz en Off con un pedido especifico hacia la Prensa: “Los que nos odian, que se metan con migo; no con ella”. Se trata de Florencia Kirchner, quien tras un problema delicado de salud no pudo volver de Cuba, donde se encontraba realizando un curso intensivo para guionistas de cine. La ex mandataria afirmó que su hija, “producto de las persecuciones a la que fue sometida, empezó a tener severos problemas de salud”.
La reacción no tardó en llegar.
El vergonzoso tratamiento que los medios le dieron a la noticia es comparable con las fábulas mediáticas de la prensa tras la caída de Perón, a quien llegaron a acusar de “estupro”. Pareciera que la solicitud de la ex presidenta exacerbó al periodismo parásito, como la sangre fresca que excita los instintos primitivos de las bestias. La impúdica actuación de esta banda de seres repulsivos, asalariados de la prensa servil, acusando a la ex presidenta de “ventajista” y a su hija de “integrante de una Asociación Ilícita” por haber “aceptado” la “herencia sucia” de su padre fallecido, merece ser recordada por todas y todos los argentinos para no olvidar la completa falta de profesionalismo, y más aún, de humanidad frente a una situación por demás delicada. El odio y el rencor hacia la ex presidenta es el odio contra las clases menesterosas que “cortan calles por un plan” que “pagamos todos” porque “no quieren trabajar”; el mismo odio contra los sindicatos -también “asociaciones ilícitas para el gobierno y la prensa- que “boicotean la democracia” e “impiden el progreso” del país; el odio contra las “locas del pañuelo verde” que “destrozan los edificios del Centro” y pervierten a los hijos de familoas de Bien con su “inmoralidad”. Es el odio a Cristina, el odio al Pueblo que las clases opulentas corporizan en su figura.
Este odio, reproducido por estos carneros que jamás se adhirieron a una huelga por los más de 3000 compañeros y compañeras de prensa sin trabajo en todo el país, es un odio “adoptado”. Su condición de Clase los sujeta a reproducirlo, en tanto peones serviles al sistema semicolonial que impera desde el 10 de diciembre de 2015. Más dicha dependencia no exime a estas bestias de su responsabilidad social. La hipocresía sistemática, la irresponsabilidad comunicacional y la descarada agresividad de estos agentes asalariados que callan ante las huelgas de las trabajadoras y trabajadores de sus canales, pero que chillan ante la “indignación” que les provoca la “corrupción K” hacen de estos canallas verdaderos carneros del gobierno liberal conservador.
Portadores de una ignorancia supina, se creen dueños de una impunidad que no poseen. Dan el cuerpo, la voz y el rostro por una Clase que los desprecia y que no dudará el día de mañana en descartarlos como basura. Ni siquiera su odio, ese odio visceral que destilan por redes y medios, les pertenece; es adoptado. No piensan, son pensados; no producen información, reproducen mentiras a designio; no deciden, acatan orgullosos las órdenes del Patrón.
Tarde o temprano, el periodismo argentino deberá afrontar la solución de esta crisis profunda que padece fruto de la injerencia perversa de la ingeniería semicolonial que lo ha penetrado desde sus cimientos. Esta solución saldrá de sus trabajadoras y trabajadores. Los parásitos carneros sostienen la actual situación de subordinación nacional y social a los intereses del gran Capital Trasnacional, en tanto dependen de su supervivencia para sostener el cerco de sus privilegios. Caído el proyecto liberal conservador, y sin privilegios, deberán dar cuenta de su infame actuación ante la historia.
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