Por: Camilo Porto Rojas | Línea Nacional Popular
El despelote empezó una semana atrás. Aquel 10 de octubre de 1945, el entonces Coronel Perón firmaba su renuncia como secretario de Trabajo y Previsión. Eran las siete y media de la tarde. Al salir de la vieja secretaria ubicada en la calle Perú entre Victoria y Julio A. Roca, una multitud de trabajadoras y trabajadores lo aguardaba. El Coronel había sido víctima de una infamia. Sus propios compañeros de armas decidieron apresarlo. Era un movimiento lógico: Perón había, en sus pocos años de servidor público, dotado a la Clase Trabajadora de una potencia organizativa sólida y de una conciencia nacional de Clase notoriamente riesgosa.
Todavía permanecía fresca la sangre derramada en la Semana Trágica, los Fusilamientos de la Patagonia, las infamias cometidas contra las obreras textiles, los crímenes cotidianos acontecidos en los Ingenios Azucareros. Las obreras y obreros allí presentes aborrecían la idea de volver a ser invisibles. La defensa de Perón era, para aquella multitud, la defensa de sus propios intereses.
Aquel 10 de octubre... se subvertiría la historia. El Coronel del Pueblo dijo: "... Si algún día, para despertar esa fe, me incorporaré a un sindicato y lucharé desde abajo".
Los gritos de la muchedumbre congregada en torno al joven coronel ardía. Gritos ensordecedores de un clamor colectivo llamaba a la "Huelga General Revolucionaria"; otros, pedían sangre de la patronal; otros, "leña" contra los enemigos del Pueblo. La mayoría alzaba la voz clamando "un millón de votos" y "Perón, sí; otro, no".
La consigna era clara. Todos en el gobierno la comprendieron: no era la Revolución Militar gobernante desde 1943 la que convocaba a esa masa; era Perón, y sin él, los obreros no querrían a nadie más.
La conmoción tras el discurso del coronel perseguido fue intensa. Los conceptos vertidos en las puertas de la Secretaría de Trabajo y Previsión eran alarmantes:
"¡Fijamos nuestra posición incorruptible e indomable frente a la oligarquía! Pensamos que los trabajadores deben confiar en sí mismos y recordar que la emancipación de la clase obrera está en el obrero mismo. Estamos empeñados en una batalla que ganaremos porque es el mundo el que marcha en esa dirección. Hay que tener fe en esa lucha y en ese futuro. ¡Venceremos en un año o venceremos en diez, pero venceremos!"
"... Sólo deben confiar en sí mismos..." "...Sólo en sí mismos..." Aquella frase maldita, que años después derivaría en aquel famoso apotegma del peronismo, "Sólo el Pueblo salvará al Pueblo", quedaría grabada eternamente en la memoria histórica de las dos clases verdaderamente antagónicas de nuestra Nación: la Clase Trabajadora y la Oligarquía.
Tamaño concepto, arrojado a la Historia por parte de un representante del Estado Nacional como lo era el Coronel Perón en ese entonces, constituye el pecado original que las Clases Dominantes de estas tierras jamás perdonaron ni perdonarán. ¿Por qué ha despertado tanto odio el Peronismo? La razón es tan evidente que muchas veces no nos hemos detenido a pensarla. El problema subyace en la representación; cómo se ordena el poder en nuestro país. La autodeterminación popular planteada en la histórica frase del Coronel Perón cuestionó los basales del sistema colonial imperante hasta ese entonces; no sólo a un sector determinado, sino al conjunto de las instituciones que desde la sanción de la Constitución de 1853 habíanse creado para representar a la comunidad. El Artículo 22° de aquella Carta Magna ("El Pueblo NO DELIBERA NI GOBIERNA, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución) quedaría destrozado -a pesar de su subsistencia hasta nuestros días- por la consigna revolucionaria planteada por Perón frente a aquella masa: ya nadie -ni gobiernos, ni partidos, ni individuos- representaría al Pueblo; sería él, libre de toda cadena, el único dueño de su destino.
Días después, ocurriría la primera manifestación de aquella arrolladora voluntad del Pueblo argentino. Encerrado el coronel insurgente en Martín García, la Casa Rosada comenzaría a reorganizar su gabinete. En las calles, los talleres, en las fábricas e ingenios, la insubordinación se intensificaba. Horas antes de aquel 17, la Confederación General del Trabajo se reuniría en su comité confederal para discutir la táctica a seguir frente a la nueva coyuntura. Las bases obreras se mantenían inconmovibles en su llamado a Huelga para liberar al coronel. Aquellos sectores identificados con los partidos Socialista y Comunista bregaron por la pasividad. Sin embargo, la votación culminó en favor de convocar a Huelga para el 18.
Nadie supo explicar lo que ocurrió después.
Ante los ojos atónitos de la sociedad semicolonial, cientos de miles de almas llegaron a la Capital Federal exigiendo la liberación de Perón. La vieja Ciudad Puerto, bastión de la hegemonía liberal oligárquica desde los tiempos inmemoriales, fue invadida por una marea incontenible de hombres y mujeres trabajadoras que ocuparon desde primeras horas de la mañana las calles lindantes a la Casa Rosada. En un hecho inédito en la historia de occidente, la Clase Trabajadora irrumpió en el epicentro del poder del Estado -la Plaza de Mayo- y exigió ser escuchada. Tras horas de permanencia pacífica, el Coronel fue liberado. El triunfo obtenido jamás sería olvidado por el Movimiento Obrero argentino.
El 17 de octubre fue, quizás, la demostración más sólida de Democracia Popular jamás vista en tierras americanas. A contramano de todo el sistema institucional del país, la Clase Trabajadora le arrancó a la la Oligarquía vernácula y al mismísimo imperio británico una victoria contundente.
El origen del odio de la factoría pampeana se halla en aquel 17 de octubre de 1945, día en que los trabajadores y trabajadoras de la Argentina comprendieron que aquella frase del Coronel Perón, "... la emancipación de la Clase Obrera está en el obrero mismo", era la única verdad. Nunca más, desde aquel 17, el Movimiento Obrero fue invisible. Nunca más, desde aquel 17, la Oligarquía pudo hacerse del control definitivo del país. A partir de ese día, tuvo que negociar. Muerto Juan Perón, la herencia de su pensamiento no pudo ser borrada. A pesar de las bombas, los fusilamientos; a pesar del terror, las desapariciones, las torturas, las violaciones; a pesar de la destrucción casi definitiva del país; a pesar de todo, la Clase Obrera argentina se mantuvo inconmovible. Siempre lista para la lucha. Así, la actual gestión liberal oligárquica vio frustrados sus intentos de borrar aquellos malditos "70 años" de peronismo, retrotrayendo al país a 1853. Fue la unidad de la Clase Trabajadora, a pesar de la pasividad inicial del sector político opositor, la única garantía de que la Argentina no cayera en manos del gran Capital Trasnacional.
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