Ahora sí, con el diario del lunes (literalmente) es preciso esgrimir algunas apreciaciones en derredor del proceso electoral ecuatoriano.
La victoria del candidato nacional popular Andrés Arauz colma de alegría nuestros corazones sureños: ha triunfado la Patria Grande. En efecto, con el 32% de los votos, el candidato electo por el espacio correista triunfó en la primera vuelta sobre el empresario Guillermo Lasso, pregonero de la oligarquía regional.
Hasta el momento -aún los conteos oficiales no han arrojado un resultado definitivo-, la fórmula "Unión por la Esperanza" no logró torcer el brazo a las fuerzas regresivas en primera vuelta: si los números se sostienen como están, Arauz deberá enfrentar una segunda vuelta para ser electo presidente. El debate se sitúa en cuál será el candidato contra quién competirá el dirigente correista, ya que por estás horas dos dirigentes se encuentran parcialmente empatados en segundo lugar: el liberal Lasso y el intransigente Yaku Pérez; éste último, ligado a expresiones indigenistas de un dudoso izquierdismo enemistado con la expresión nacional-suramericanista que encarnó Rafael Correa en su gobierno.
Resulta ostensible, ambos contendientes aparentemente distanciados por las tradicionales categorías de "Derecha" e "Izquierda", han sido y son férreos opositores al movimiento nacional ecuatoriano. La pregunta que nos hacemos aquí -no tenemos la respuesta- es: ¿con cuál de los dos candidatos conviene más a la fórmula correista la confrontación directa?
Los elementos que tenemos a disposición son pocos. Como siempre hemos dicho, el análisis de la realidad sin elementos objetivos resulta estéril, sino dañino. Sin embargo, hecha esta salvedad ("tomé el lector con pinzas lo que viene a continuación"), podemos aseverar que como ha ocurrido en otras zonas de nuestro continente, los elementos en apariencia izquierdistas pueden resultar engañosos. Nótese el titular de esta nota del diario La Nación del 9 de febrero del corriente:
"El líder indígena Yaku Pérez, más cerca del ballottage con Andrés Arauz en Ecuador"
El tratamiento de la noticia firmada por el periodista Daniel Lozano reviste al candidato del partido "Pachakutik" de un aura novedosa y fresca, alejada de lo que en la Argentina las lenguas mediocres llaman "la grieta":
"... Por el contrario, Yaku Pérez da por hecho que con su segundo puesto en primera vuelta ha roto todas las expectativas y protagonizado un vuelco histórico. Las organizaciones indígenas han llamado a defender el voto, amparadas en los excelentes resultados que también ha obtenido su partido Pachakutik en las elecciones legislativas, con el 19,94% de los votos y que al menos habría obtenido tres de los 15 asambleístas nacionales. Pérez reclama incluso que se abran las urnas para realizar un conteo voto a voto.
Pese a que Arauz aseguró anteayer a los medios que había triunfado en todas las provincias del país, la realidad es que Pérez encabezó las votaciones en 13 provincias, frente a las ocho del delfín de Correa y las dos de Lasso. El dirigente indígena, que es un militante de izquierda, ecologista y detractor acérrimo de la corrupción y los abusos del correísmo, conquistó siete provincias de la Sierra y seis más en el Amazonas."
Más allá de los epítetos de "ecologista" o "detractor acérrimo de la corrupción", nada sino el término "líder indígena" resulta peculiarmente llamativo en el diario mitrista: la construcción de una "izquierda democrática" surca la historia Iberoamericana de punta a punta. Es que en verdad, el problema de los sectores dominantes no es "la Izquierda" a secas, sino el nacionalismo popular que pudieran adquirir. En este punto, el llamado "indigenismo" de algunas tendencias antinacionales han servido como anillo al dedo para las oligarquías en su afán de fragmentar la base social activa de nuestros movimientos nacionales. La estratificación popular en clases o etnias ha sido una constante en la maraña inmensa de dispositivos tácticos de los aparatos de Inteligencia oligárquicos. La fragmentación de los frentes nacionales, en las contiendas electorales, aparece cuando una minoría intensa seduce a sectores que, por errores propios de los frentes nacionales o por manipulación subjetiva de las usinas comunicacionales hegemónicas, acaban por dar su voto a alternativas sin peso social específico.
A continuación, nos permitimos una breve digresión en torno a la "cuestión indigenista":
Los conceptos vertidos por La Nación no son nuevos: tras justificar bajo la infame categoría de "lucha de la civilización contra la barbarie" el terrorismo de Estado que significó la masacre unitaria contra el criollaje del interior federal entre 1861 a 1877, el diario mitrista denunciaría con vehemencia inusitada el genocidio cometido por Julio A. Roca contra las comunidades originarias del sur en la Campaña del desierto. ¿Importaba al centenario periódico el aberrante espectáculo cometido por las fuerzas roquistas? En absoluto. Tampoco importaba un comino a los ilustrados lectores del diario mitrista, más ante el conflicto de intereses entre el proyecto roquista de federalizar el puerto de la ciudad de Buenos Aires y los intereses del viejo sector unitario instaurado desde 1852 hasta ese entonces, resultaba necesario convertir a Roca en el único genocida argentino. Nada ha cambiado. El "indigenismo" de La Nación resulta llamativamente selectivo: mientras el dirigente Félix Díaz acampó durante años en la Avenida 9 de julio en rechazo a la "persecución" que la comunidad Qom "sufría" en los años de gobierno de Cristina Kirchner, al susodicho se lo llamaba "líder indígena" y a sus seguidores "pueblos originarios". En cambio, cuando la coya Milagro Sala y su organización Tupac Amaru decidieron confrontar con el gobierno oligárquico de Mauricio Macri y el servil encomendero jujeño Gerardo Morales, el mismo periódico llamó a la dirigente indígena "terrorista"; a sus seguidores, "delincuentes"; a su organización, "asociación ilícita". Con mínimas excepciones, el consagrado "indigenismo" suramericano ha sido siempre utilizado por los engranajes de la colonización pedagógica en virtud de debilitar los movimientos nacionales. Cuando expresiones originarias adquirieron un alto grado de organización y una potencia política de envergadura, éstos no fueron combatidos mediante los canales tradicionales de la política, sino desde el "Código Penal". A La Nación le interesa el indio mártir, siempre y cuando su martirio sea causado por la celebre abstracción del "sistema político" y no de la invisible mano ejecutora del sistema colonial instaurado por Gran Bretaña casi un siglo y medio atrás. En cambio, cuando existen organizaciones originarias de peso político orientadas a discutir las macrorrelaciones de poder, entonces se las persigue. La crítica al "indigenismo" de Yaku Pérez no intenta ocultar bajo concepto alguno los errores del correismo en torno a la cuestión indígena: en 10 años de gobierno, no se logró llegar a un acuerdo con las comunidades originarias quienes, en muchos casos, fueron tratadas injustamente como "enemigas". La potencia de las organizaciones indígenas manifiesta en los conflictos sociales del 2018 deben llamar a la reflexión en torno a la necesidad del movimiento nacional ecuatoriano de articular comunitariamente con estos sectores. Sin embargo, no es menos cierto que dichas disputas en el correismo y las corrientes originarias han dado a luz al candidato Pérez, cuyo único rol en la política ecuatoriana es impedir el retorno de las fuerzas populares al gobierno.
Hecha esta digresión, volvemos al tema.
Por estas horas, la prensa internacional ha comenzado a desplegar una táctica ya conocida por estos meses en la región: el nuevo referente popular hablando "mal" del viejo líder. La idea es mostrar como Arauz intenta despegarse de la figura de su padrino política, Rafael Correa. Estos artilugios ya han sido utilizados tanto en Argentina como en Bolivia (Alberto contra CFK; Lucho contra Evo) con relativo éxito, conduciendo a un número apreciable de electores (aunque sin duda minoritario) a desconfiar del candidato que el propio líder popular ha electo para conducir los destinos de la nación. Comentarios típicos como "Arauz deberá gobernar bien si no quiere ser un Lenín Moreno" suelen leerse entre las redes ecuatorianas, homologando actitudes similares en la Argentina y Bolivia. Ilusorias internas, disputas disparatadas y demás hierbas aparecerán en el horizonte si no se ajusta la organización interna del correismo. Por estos pagos ya lo venimos sufriendo.
Así las cosas, con los elementos que disponemos -en cuanto lo tengamos podremos esgrimir argumentos más sólidos- podemos llegar a la conclusión de que la contienda entre dos candidatos en apariencia similares más en el fondo representantes de intereses disímiles resulta un riesgo innecesario. Celebrar que en el Ecuador haya "dos candidatos de Izquierda" compitiendo por la presidencia resulta una actitud perniciosa, en tanto podría conducir al relajo de las bases sociales activas y a la confusión del núcleo electoral popular. Ningún candidato por fuera de la fórmula Unión por la Esperanza representa una garantía real de soberanía y dignidad para el pueblo ecuatoriano; tampoco para la integración suramericana. La recuperación del Ecuador para suramérica implica un paso adelante en la reconstrucción de UNASUR, y por ende, en la defensa de nuestra soberanía continental. Bien lo saben las oligarquías regionales que, en su afán separatista, alentarán toda alternativa por fuera de los movimientos de liberación nacional ya sean de Derecha o Izquierda. En este sentido, la confrontación que mas conviene a Andrés Arauz no es con otro que Guillermo Lasso, banquero infame y pregonero de la oligarquía. Lasso y Arauz son la representación física del antagonismo principal que se desarrolla en nuestros países desde los albores mismos de nuestras independencias: patria y pueblo, integrados en una sólida unidad regional o colonia y oligarquía, escindidas de América y al servicio de intereses foráneos.
Como en todos nuestros países, el aparato de Inteligencia de nuestras clases dominantes ha empezado a actuar: no entre las filas de quienes añoran agachar la cabeza servilmente ante las potencias extranjeras, sino entre los sectores más ideológicamente sensibles de nuestros movimientos. La táctica: estimular las contradicciones internas; el método, estratificar nuestros movimientos en sectores y enemistarlos entre sí; las herramientas, los soportes comunicacionales tradicionales y las redes sociales. Mientras en la superficie, la escoria periodística manifiesta que el retorno del correismo -sea cual sea su rostro- significará la vuelta de una dictadura corrupta, en el terreno de la subjetividad se intenta penetrar en las mentes de los sectores populares señalándoles que en verdad el dirigente electo para gobernar el país no es más que un "tibio" que jamás llegará a concretar la revolución inconclusa. Contra estos artilugios debemos levantar todas las voces, en Ecuador y en Suramérica, denunciando abiertamente las espurias pretensiones de quienes nos han dominado durante el último cuatreño. Detrás del pretendido "indigenismo" de Yaku Pérez no hay más que el rostro del colonizador maquillado de "pueblo". El riesgo de una segunda vuelta con tamaño tránsfuga resulta ostensible. En cambio, Lasso es bien conocido por la comunidad ecuatoriana: no se puede engañar a un pueblo que ha elegido terminar con el imperio de la desigualdad si debe elegir entre un asegurado verdugo y un posible salvador. La memoria activa de la experiencia vivida en los virtuosos años del correismo sigue viva, tanto como la conciencia de las consecuencias que traería para las familias ecuatorianas el retorno de la infamia oligárquica.
Camilo Porto Rojas | Línea Nacional Popular
Comentários