Hoy se cumplen 210 años de lo que fue la Revolución de Mayo. Mate en mano, aislamiento social de por medio, abro reflexiones para compartir en este día templado.
Hace algunos días recordaba aquella frase que el ex presidente Macri, en un acto del 9 de julio, dedicó al Rey de España -ironías de aquel entonces, ilustre invitado de aquella jornada- en derredor de la situación emocional de las y los próceres de nuestra independencia. En aquella ocasión, Macri aseveró que "los patriotas debían haber sentido una gran angustia por tener que separarse de España".
En aquel entonces, el gobierno oligárquico acababa de asumir, el Movimiento Nacional era perseguido, el país entraba en un nuevo ciclo de endeudamiento con el gran Capital Trasnacional, el Pueblo trabajador era sometido a la pobreza más extrema; la soberanía nacional era detonada por mano de un ilustre funcionariado antinacional vinculado al empresariado foráneo, la nación misma era entregada a los Fondos Buitre. En síntesis, el neo-mitrismo se hacía del poder y lo ejercía en función de su proyecto histórico.
Con motivo de este nuevo aniversario de nuestra Revolución de Mayo, nos permitimos hacer algunas reflexiones en derredor de aquella frase del ex presidente. Decía el pensador nacional Jorge Abelardo Ramos en su obra Las masas y las lanzas:
“El ímpetu continental de los revolucionarios de Mayo había nacido en límites más vastos y complejos que los que hoy nos definen como Estado. Nuestra irrupción a la vida histórica se expresa en grandes campañas que recorren la América toda. Pero el reflujo posterior disuelve la antigua unidad. Aquella grandiosa nación que midieron las espadas de Bolívar y San Martín es amputada en veinte estados. Los ejércitos de argentinos, colombianos y orientales, altoperuanos, venezolanos y chilenos que mezclados combatieron contra la reacción absolutista en América, se disociaron en dos decenas de ejércitos opuestos. Allí permanecen, montando la guardia en las fronteras de nuestra insularidad. De ese hecho nació el mito antihistórico de nacionalidades que jamás existieron en el común origen y que son el símbolo provincial de nuestra debilidad frente al imperialismo moderno. La Nación, que hasta 1810 era el conjunto de América hispana, y en cierto sentido, también España, se disgrega en una polvareda difusa de pequeños estados. Vanidosos y ciegos, se reservan la soberanía de su propia miseria. Mientras disputan con sus vecinos mezquinas lonjas territoriales, los grandes Imperios, poderosos por esta balcanización, ofrecen sus buenos oficios como árbitros de nuestras disensiones de campanario. En el siglo que presencia el movimiento de las nacionalidades, la América indo ibérica pierde su unidad nacional. En nuestros días se festeja dicha tragedia: esta monstruosidad ilumina sombríamente la pérdida de la conciencia nacional latinoamericana6. Recobrarla por un acto de reposesión de nuestro pasado histórico, será el primer paso de nuestra revolución.”
Cuando la revolución patriótica estalla en América, ésta hereda la organización política del dominio español. El territorio hispanoamericano se dividía en 4 grandes virreinatos: la Nueva España, la Nueva Granada, el Perú y las Provincias Unidas del Río de la Plata. Estos cuatro grandes territorios debían ser las provincias de una nueva y sola nación que debía de nacer en el mundo. Ésta, la gran Nación Iberoamericana, era el proyecto de nuestros libertadores. Iberoamérica, con más de 11 millones cuatrocientos mil km2, era la "Patria" por la que luchaba el Ejercito Patriota.
Simón Bolívar y José de San Martín fueron los faros que, de Sur a Norte, alimentaron el proyecto patriótico que no reconocía otra Nación que Iberoamérica unida. Ya en pleno desenvolvimiento de las luchas independentistas, las oligarquías regionales, orientadas por la mano invisible del imperio Británico -quien desde un siglo atrás venía desplegando su influencia en el continente en una increíble tarea de inteligencia que consistía en resguardar las relaciones con España al mismo tiempo en que alentaba los procesos libertadores en su más grande colonia- movían sus fichas. Cada una de ellas obedecía al proyecto de las "Patrias Chicas". Con virtuosa inteligencia, financiaban las guerras patrias al mismo tiempo en que promovían, mediante un complejo mecanismo de complicidades, la creación de pequeñas naciones provinciales.
Tras la expulsión de los españoles de un territorio, los resortes de poder de las Ciudades Puerto (Buenos Aires, Valparaíso, etc.) cerraban toda posibilidad de considerarlo parte de un todo. Los gobiernos nacientes, obedientes a la lógica insular de las burguesías comerciales y las oligarquías exportadoras, atentaron política y económicamente contra la etapa final de las campañas independentistas. Así, mientras Bolívar intentaba desterrar a los españoles del resto del continente, los Doctores bogotanos conspiran contra su libertador quien les exigía financiar sus "delirantes campañas militares". Así, la infamia porteña dejaría de sostener al Ejército de los Andes para volcar sus recursos en guerras internas contra las montoneras federales. Don Francisco de Paula Santander, vicepresidente de la Gran Colombia, y Bernardino Rivadavia en las Provincias del Plata, serían las manos ejecutoras de la traición contra el proyecto americano de San Martín y Bolívar. Ambos minaron los cimientos de la unidad Iberoamérica.
La Revolución de Mayo fue la expresión misma de las contradicciones que se suscitarían a lo largo de nuestra historia. En los triunviratos que gobernaron los primeros años en las Provincias Unidas se observará la infernal tendencia porto-céntrica que acabaría por destruir a Artigas, aniquilar al partido morenista (encarnación de las tendencias revolucionarias de 1810) y suprimir la influencia de San Martín en la región del Sur americano. En el puerto de Buenos Aires se forjará el mesianismo civilizatorio que escindiría del territorio del Plata a la Banda Oriental y el Alto Perú; que arremetería contra las provincias del Interior, sometiéndolas al atraso crónico; que iniciaría la más brutal masacre jamás vista contra el criollaje; que promocionaría la maldita guerra contra el Paraguay.
La Oligarquía Pampeana, dueña ilegítima del país, estructuraría el orden institucional, las leyes, la historiografía, la educación en todos sus niveles en función de legitimar el modelo agro exportador que sometería al país al atraso crónico.
Ni Bolívar, ni San Martín, ni Artigas ni patriota alguno reconocerían aquellas pequeñas repúblicas artificiales como sus "Patrias". Todos murieron pobres y perseguidos. Hasta el gran Simón Bolívar acabó por tener que emigrar por no ser recibido en ninguno de los territorios por él liberados. En sus últimas horas, cada uno de ellos sintió la angustia de haber "arado en el mar". La verdadera angustia de las y los próceres no fue otra que la de ver la Nación Iberoamericana dividida en veinte pedazos. Esa angustia no nació de su separación de España; nació de las conspiraciones de la alta sociedad criolla que tachaba con la pluma de la diplomacia neocolonial el rumbo escrito con la espada de los grandes hombres y mujeres del Pueblo americano. Cuando aquella sociedad parasitaria decidió abandonar la pluma, fue para ejecutar los más feroces genocidios contra las masas insurgentes que no toleraban haber cambiado el dominio español por el dominio de los Comerciantes del Puerto.
Con la balcanización de América, el proyecto neocolonial de la Gran Bretaña había culminado. De norte a sur del nuevo continente, las jóvenes repúblicas se encontraron sometidas económicamente a los empréstitos del gran imperio de ultramar. Inglaterra se haría de la América Hispánica sin gastar un gramo de pólvora. La intelectualidad, la clase política y la banca de las naciones de Iberoamérica les pertenecían. La Independencia de América solo servía al imperio si de ella se hablaba en plural (las Américas). La magnitud de la Nación naciente constituía una amenaza para el occidente capitalista en desarrollo. Solo dividiendo al continente en una veintena de repúblicas podría incorporárselas al esquema de la división internacional del trabajo, subordinándolas al subdesarrollo.
Desde los albores de nuestra historia surge una fractura dolorosa entre nuestra ilusoria identidad nacional y el rostro real de nuestro pasado y nuestro devenir:
“La historia de los argentinos se desenvuelve sobre un territorio que abrazó un día la mitad de América del Sur. ¿De dónde proceden nuestros límites actuales? El origen de estas fronteras ¿responde acaso a una razón histórica legítima? ¿Nos separa una barrera idiomática, cierta muralla racial evidente? ¿O es, por el contrario, el resultado de un infortunio político, de una vicisitud de las armas, de una derrota nacional? Sin duda aparece como fruto de una crisis latinoamericana, puesto que América Latina fue en un día no muy lejano nuestra patria grande. Somos un país porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos. Aquí se encierra todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá.” (J.A. Ramos)
A partir de la comprensión de esta premisa, se entenderán las verdaderas características de nuestra lucha: qué significó el proceso de integración regional de la UNASUR y CELAC, cuáles fueron sus logros y cuáles sus falencias, cómo se paró Iberoamérica frente al mundo entre el 2005 y el 2015, etc. Se comprenderá a su vez el significado real de la contrarrevolución liberal oligárquico en Brasil, Ecuador y Argentina; que los procesos allí suscitados no obedecen solo a intereses del Gran Capital sobre sus recursos, sino también a decapitar las cabezas del proceso de integración que alcanzó a principios de este siglo los grados más altos de desarrollo desde las luchas independentistas; que en un presente donde el Capital adquiere grados cada vez mayores de concentración y se muestra independiente de las naciones, la confirmación de grandes bloques regionales es la única alternativa para cualquier Pueblo que desee salvarse; que la única y auténtica libertad no se alcanzará sino a través de la unidad continental de los Pueblos de Iberoamérica. El presente argentino es la demostración cabal de la veracidad de estas líneas.
El Coronavirus encontró en América un continente en plena transformación de sus relaciones de poder. Las fuerzas de la reacción liberal oligárquicas no pudieron sepultar el proyecto bolivariano heredado de los primeros años de este siglo. Un empate catastrófico entre ambas fuerzas acontece entre la reacción conservadora y los movimientos populares: ninguno de los dos proyectos en pugna pudo imponerse sobre el otro. Mientras Argentina celebraba el retorno del peronismo, México cumplía sus primeros meses de gobierno popular y el Brasil se movilizaba en celebración por la liberación de Lula Da Silva, en Bolivia la reacción separatista tomaba el poder por la fuerza obligando al MAS a salir de la presidencia; en Ecuador y Chile, el Pueblo salió masivamente a las calles en rechazo de sus gobernantes; en Haití, las protestas contra el modelo neoliberal continuaron sin tregua; en Perú y Colombia, acontecen procesos similares. La irrupción de la Pandemia del Covid-19 parece haber disipado la insurgencia. Sin embargo, las contradicciones sociales suscitadas en el continente permanecen a flor de piel. En medio de los conflictos sociales de talla continental, Argentina y México intentan retomar la senda de la CELAC. La devastación económica que dejará la pandemia deberá necesariamente ser atendida por medio de una férrea alineación de las naciones del continente. El tratamiento de la crisis sanitaria por parte de los gobiernos liberales de la región ha sido tan autodestructiva que se puede predecir el fin, más o menos acelerado, de estas experiencias al menos en el Sur del continente. Allí hay que apuntar. Argentina requiere retomar las relaciones con el Brasil tanto como éste último depende del mercado interno suramericano para sostener su desarrollo industrial.
La década entrante verá el despertar de la América o ésta sucumbirá ante la guerra financiera que el Gran Capital Trasnacional ha declarado desde el día cero a nuestro continente. El futuro de nuestros pueblos dependerá de ello. Tengo la plena convicción de que el gobierno argentino y su Pueblo heroico estarán a la altura de la Historia.
Camilo Porto Rojas | Línea Nacional Popular
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