Dice un antiguo verso de la cantora Isabel Parra:
“El amor es un camino
que se recorre hasta el fin.
Yo conozco caminantes
que no debieron partir.”
La mañana del 27 de octubre de 2010, el Pueblo argentino amanecía con la entristecedora noticia del fallecimiento del compañero Néstor Carlos Kirchner. Horas después de su partida, la más grande concentración popular jamás vista desde la muerte de Eva Perón sería la expresión física de su significado en la Historia argentina y la del continente.
El 25 de mayo de 2003, Néstor Kirchner asumía la presidencia de una nación devastada. El daño causado por el modelo oligárquico instaurado a sangre y fuego el 24 de marzo de 1976, y que se extendería durante casi treinta años, era incluso mayor a las consecuencias de una nación en guerra al ser derrotada. La hegemonía del sistema neoliberal en connivencia con la infernal maquinaria de dominación oligárquica, había sumido a la Nación al más vergonzoso vasallaje jamás visto desde la Década Infame. La industria argentina, estrangulada por la importación desmedida, estaba en proceso de extinción; la Deuda Externa ahogaba la economía nacional; la pobreza y la indigencia, orquestada estratégicamente por las fuerzas apátridas en pos de debilitar al Movimiento Sindical, alcanzaban cifras monstruosas; los principales resortes estratégicos habían sido rifados; el Estado, descuartizado; las empresas públicas de servicios, entregadas al extranjero. Nada de lo que debía ser de los argentinos y argentinas, pertenecía verdaderamente al país.
Poco a poco, creciendo desde el pie, Néstor Kirchner comenzó a reconstruir los cimientos derribados de nuestra soberanía nacional. Rescatando las tradiciones más virtuosas del peronismo, emprendió un proceso intenso de desarrollo económico con inclusión social. En sus cuatro años de gestión, las fuerzas del trabajo y la producción hallaron el oxígeno que la gula inagotable del Capital especulativo les había negado durante décadas. Sectores marginados de la vida nacional, como las víctimas del terrorismo de Estado, encontraron en su brazo tendido la justicia que la Factoría Pampeana y sus inescrupulosos representantes les arrebataron infamemente. La necesidad de recuperar la soberanía entregada por el facineroso cipayaje gobernante en las décadas previas, condujo a Kirchner a enfrentarse con las potencias financieras globales, quienes acostumbradas a mandar, debieron negociar con el más férreo defensor de la Nación argentina jamás visto desde la partida del General Perón. Con la renegociación de la Deuda Externa, la Argentina volvía a ser dueña de su propio destino. El Pueblo, orgulloso y altivo, comprendió el significado del apellido Kirchner mucho antes que los “Doctores” de la política argentina, dueños de una ignorancia supina tan grande como sus egos. La Oligarquía, dueña invisible del país, también lo comprendería. Las décadas de neoliberalismo habían expuesto a los ojos del pueblo la incalculable mediocridad de la dirigencia política tradicional. Aún los hombres y mujeres más rescatables, se mostraron incapaces de ofrecerle a la masa sufriente un proyecto capaz de subordinar a las fuerzas despiadadas del anarcocapitalismo imperante. Minorías testimoniales, portadoras de una moral estéril, jamás pudieron siquiera arrugar los lujosos trajes de los dueños del país. Sobre las cenizas de una dirigencia despreciada por la comunidad en su conjunto, Néstor Kirchner demostró al pueblo expectante que la política volvía a ser la herramienta de transformación más potente, la única que las fuerzas de la reacción no habían podido desguazar. En pocos años, numerosas agrupaciones políticas y movimientos sociales se sumaron al proyecto emancipador del presidente sureño.
Atento a los movimientos del tablero geopolítico, Kirchner comprendió que la Argentina no podría liberarse definitivamente de los lazos que la sometían si no se liberaba primero el continente. Por tal motivo, emprendió una política regional orientada a la construcción de grandes bloques continentales capaces de permitir a las naciones del continente americano deliberar libremente, sin injerencia de las potencias foráneas, sobre los destinos de sus pueblos. Junto a líderes suramericanos de la talla de Lula Da Silva en Brasil y Hugo Chávez en Venezuela, sentó las bases de un sólido proceso de integración regional que culminaría, años después, en el nacimiento de la Unión de Naciones de América del Sur (UNASUR), del cual el mismo Kirchner sería su primer presidente. En ese entonces, la región emprendía un intenso proceso de transformación que aún no ha culminado. La inmensa mayoría de las naciones suramericanas ostentaban gobiernos de corte nacional popular. Esta hegemonía posibilitó incorporar, sin riesgos, gobiernos adversos normalmente ligados al interés norteamericano a la naciente UNASUR. Tales fueron los casos de la Colombia de Álvaro Uribe y la primer gestión de Piñera en Chile que por ese entonces apenas comenzaba. La gestión de Néstor Kirchner al frente del naciente organismo regional fue tan corta como extraordinariamente virtuosa. Con el ex presidente argentino, el proceso de unidad suramericana alcanzó los más altos niveles desde los tiempos de la Independencia. Del No al ALCA en 2005 a la creación de la gran Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en 2010, se encontrará la huella del peronista sureño, su pensamiento estratégico y si férrea convicción de que sólo la refundación de una Iberoamérica unida, la Patria Grande, posibilitaría la liberación definitiva de nuestra Nación en forma permanente.
El 27 de octubre de 2010, el mejor de nosotros dejaba esta tierra para elevar su figura inmortal sobre el continente americano. Si el amor es un camino que se recorre hasta el fin, habrá sido una pena que tamaña figura, tan indispensable por estos días, haya decidido recorrerlo. Sin embargo, su partida era inevitable. Su amor al Pueblo argentino e Iberoamericano fue tan grande que, no podía ser de otra manera, decidió recorrerlo hasta el infinito.
Durante su vida, Néstor Kirchner ha sido carne, sangre y piel del pueblo argentino redimido; voz firme y contundente de las oprimidas y oprimidos. Así lo sienten las grandes mayorías nacionales. Así, lo han hecho inmortal.
(*) Por Camilo Porto Rojas | Línea Nacional Popular
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