Cuando la dirección de El Popular me pidió que colaborara, estuve un poco perplejo. La misma perplejidad que habrá tenido el lector leyendo los carteles que anuncian su aparición o en presencia del primer número, por lo aparentemente heterogéneo de los colaboradores. Es que venimos de campos distinto y muchas veces opuestos; ya lo previene la Dirección, en su primer editorial, cuando dice: "... nos proponemos hacer algo distinto".
El país, el grueso del país, tiene líneas centrales de pensamiento que lo unifican en el rumbo de las soluciones concretas del acceso social y la realización nacional. Ya sabe la historia, la vieja historia "que se la dieron falsificada para perturbarlo" y que ha aprendido en su verdad, más que en una empeñosa tarea de revisión, en la experiencia vivida en los últimos años. Sabe también -errores al margen-, por la doble experiencia sucesiva de una política nacional y una política colonialista, cuáles son las soluciones que requiere su marcha adelante y cuáles las que se oponen. Sabiduría que viene de pisar en la tierra y no andar en la nebulosa. Ya lo había dicho el viejo Lencinas anticipando esto de "libros y alpargatas": "las montañas se suben en alpargatas".
El país está, como siempre, escindido en dos campos: el de las minorías oligárquicas que expresan la frustración permanente de nuestra independencia y el de las multitudes que repudian esa dependencia. Lo esencial es evitar la confusión y que las divergencias que no hacen a esos objetivos inmediatos, no jueguen a favor de la oligarquía y el colonialismo como ha sucedido reiteradamente.
Alguna vez he dicho que "hay que barajar y dar de nuevo". En eso estamos. Todo proceso histórico tiene una etapa preparatoria en el terreno del pensamiento. Cuando una época termina, sobreviene la confusión y el caos. Es como si se apagara la luz. El primer peligro es el de la disparada y la dispersión definitiva. Ese ha sido conjurado. No quiero hacer mérito propio, pero debo decir que fue mi preocupación esencial sobre las jornadas de 1955. No me interesaba la suerte de un partido, ni de un gobierno. Tampoco restauraciones personales o políticas. Para mí, lo esencial en ese momento era que la confusión no fuese aprovechada para desvirtuar el pensamiento de las multitudes, las líneas generales del pensamiento nacional. Ese era el propósito esencial de los vencedores y especialmente de las fuerzas económicas y la superestructura cultural que estaban detrás de los mismos, estos, en gran parte, instrumentos inconscientes, movidos por enfrentamientos circunstanciales, hechos anecdóticos, de suma importancia en sí, tal vez justificados en parte, pero que pierden importancia en las perspectivas históricas. El tiempo transcurrido ha clarificado las cosas. La perspectiva de la distancia asigna a los hechos su verdadera magnitud y la anécdota, el detalle, se pierde de vista. Solo las grandes líneas dan el relieve verdadero a los acontecimientos.
Es en función de esas grandes líneas, que las fuerzas se reordenan y nuevas coincidencias y nuevos enfrentamientos acercan a quienes estuvieron separados por el episodio, por los particularismos y establecen divergencias definitivas en quienes, por motivos nimios, coincidieron eventualmente. Se hace necesario un nuevo reordenamiento y esto es lo que en el claro lenguaje de nuestro Pueblo se llama: "Barajar y dar de nuevo".
En realidad, el problema está resuelto en el seno de las multitudes. Se trata de encontrar el lenguaje común y los tópicos concretos que deben enderezar su acción "para que la Inteligencia y el Pueblo no se enfrenten por la falta de inteligencia de los inteligentes".
El interés nacional -que coincide siempre con el interés del Pueblo- se expresa en grandes líneas y en quehaceres concretos. La multitud, que razona en función de ellos, siempre ve con claridad; no la perturban las apariencias superficiales y las cuestiones de detalle. Nuestra historia lo demuestra y ello prueba que "no hay mayor sabiduría que la de saber dónde aprieta el zapato". El hombre común lo sabe y por eso es más inteligente que los "inteligentes". No sabe con mucha precisión qué es lo que quiere, cosa en cierta manera técnica. Pero sí sabe qué es "lo que no quiere", porque sobre eso lo ha informado la experiencia, una experiencia a contrapelo en un aprendizaje contra escuela, libros, diarios, locutores, maestros y conferencistas; es que ya lo dijo Fierro: "Nada enseña tanto como el sufrir y el llorar"... es decir, Vivir. El que más, el que menos, es doctor en la Universidad de la Vida y, más doctor, el ente colectivo que se llama Pueblo.
En jornadas recientes que ya son historia, el único método acertado parece ser el de los que saben "qué es lo que no quieren". Si "los inteligentes" hubieran sabido esto, puede ser que no hubieran estado en el movimiento popular de 1945, pero tampoco hubieran estado con Braden. Si los "inteligentes" hubieran sabido esto, puede ser que no hubieran estado con lo que cayó en 1955, pero no hubieran estado con la restauración de la oligarquía liberal. Unos y otros hubieran percibido las afinidades y contradicciones fundamentales, fueran frailones o comefrailes, marxistas o antimarxistas, colectivistas o individualistas. Frente a los hechos concretos de la vida nacional, hubieran visto la respuesta concreta de ese momento. Hubieran abandonado la pretensión de saberlo todo de un modo trascendental y definitivo, para saber lo de hoy, aquí y en este momento.
Esto no excluye perseguir fines últimos y tener una vedad universal, pero sí exige saber, con humildad, cuál es la tarea inmediata, en esta práctica de la acción con que se construye una política real. Y lo primero es conocer nuestra realidad, de lo que es complemento necesario saber qué es lo que podemos hacer hoy y aquí, conciliando nuestro pensamiento con el país. Que es, precisamente, lo contrario de lo que pasa cuando queremos que el país se concilie con lo que nosotros pensamos.
Ahora, quieren embarullarnos con la alternativa obligada de Oriente y Occidente, como antes con la democracia y el nazi-facho-falanjo-peronismo. Barullo destinado a ocultar la realidad de la parte màs grande del mundo, cuya esperanza estriba precisamente en no resignarse a ninguna de las dos imposiciones. Este mundo, al cual pertenecemos, que necesita alcanzar la plenitud de su desarrollo, en el orden económico, con su expansión interna -que excluye la subordinación colonialista a otras economías. por el alza de los niveles de vida y de cultura que depende de esa expansión (y esa es la verdadera libertad económica) y la distribución justiciera de los frutos del trabajador. Supuestos que se condicionan al ejercicio de la autentica soberanía, es decir, a la existencia de una política nacional propia, dictada exclusivamente por el interés del país, usando los medios y los modos propios y las coincidencias internacionales que las circunstancias vayan determinando y no los enunciados teóricos o ideológicos con que se disfrazan para arrastrarnos a su juego las dos grandes fuerzas en conflicto en el mundo.
Y aquí viene la paradoja. Para que no nos embarullen, necesitamos embarullarnos un poco; que se mezclen las aguas de distintas corrientes como lo hacen las aguas rojas del Bermejo con las del río Paraguay, que ya ha mezclado las aguas cristalinas que bajan de las montañas con las oscuras que reptan en las selvas ecuatoriales. Es otro modo de decir "barajar y dar de nuevo"..., porque las aguas del Paraguay van después al Paraná y de todo eso, y mucho más, resulta el Río de la Plata, cuyo color también varía según el cambiante cielo que refleja y las marejadas que lo atormentan . Así es la vida de los Pueblos y aun la de los mismos hombres, cuya vanidad y petulancia suele pretenderse producto de esquemas mentales. En esto del quehacer político todos nos conocemos y somos gitanos viejos, de modo que nadie va a engañar a nadie. Todos nos conocemos errores y aciertos, recíprocamente, aunque no los confesemos y tal vez sea demasiado pedir, exigir "golpes de pecho" en público. Basta con que se den en privado y lo importante es que sean sinceros, cosa que puede ser, si sinceros fueron también los errores. Culpas tienen los que confundieron toda afirmación de soberanía y toda tentativa de ser nacional en el epíteto del "nazismo", terminando por jugar con el país, por mayor sumisión a los slogans de propaganda que a nuestros intereses vitales. Ahora se hace el mismo juego con el epíteto de "comunismo", pero lo lamentable sería que quienes no se dejaron confundir ayer, se dejaran confundir hoy. Y más lamentable aún que en realidad los que parecen estar bien hoy y los que lo estuvieron ayer, ni ayer ni hoy se hayan manejado por la pasión argentina que mueve a nuestras multitudes y solo por esquemas ideológicos a los que sacrifican nuestro quehacer común e inmediato.
No le tengamos miedo a embarullarnos un poco en la convivencia, si eso ha de ser el precio de un entendimiento en lo positivo. Es el afán de perfectibilidad, el esteticismo de una postura bonita el que origina las confusiones más frecuentes en los sectores más extremos y opuestos del pensamiento que son los que más se han equivocado sirviendo a la oligarquía y al colonialismo como instrumentos inconscientes y llevados de la nariz, como cuando, creyendo en dos oportunidades inversas tener un papel directivo, solo fueron "el oso bailarín del titano", destinado a distraer al zonzaje. Este esteticismo intelectual es una de las tantas variantes de la tilinguería que no es exclusiva de las "señoras gordas", sino propia de todos los que se preocupan más del "parecer" que del "ser" y que, referidos a los problemas de la política y de la historia, se preocupan del vestido, de las formas y descuidan la carne y los huesos de la realidad.
Problema, por otra parte, exclusivo de lo que quiere ser inteligencia y no intelligentzia, cosa que solo se logrará en la medida que abandone la tilinguería y se resigne a ser humilde intelectualmente y a prestar su concurso a las creaciones del pueblo que no incurren en la debilidad. Pero esto exige un análisis y un balance de los facturas actuantes en la sociedad argentina y muy especialmente de los culturales, para entender en qué medida hay valores tradicionales y permanentes cuyo pensamiento total puede no compartirse aisladamente pero que concurren a constituir nuestra fuerza de aglutinación y persistencia histórica y en qué medida los que cuidan estos, a su vez, pueden ser excluyentes de una tarea común si no atienden a "nuestra realidad como es" y no como se quiere que sea.
Por ejemplo, en el excelente reportaje a Ernesto Sabato, en el número anterior de este semanario, cuyos conceptos comparto en casi su totalidad (hagamos abstracción del papel asignado a la Universidad y a los intelectuales, que hasta ahora es eso solo: "papel pintado y nada más", porque generalmente han pateado contra su propio arco y desde las falsas opciones propuestas desde afuera), hay una referencia al problema de los dictadores latinoamericanos. Esto no se concilia muy bien con su apoyo a Castro, que indiscutiblemente es "un dictador" (según los cánones con que habitualmente se juzga a los gobiernos de Latinoamérica y especialmente por los hombres llamados de izquierda). Como se ve, hay un problema de lenguaje, también que forma parte del barullo que tenemos que clarificar. Porque dadas las condiciones de frustración de nuestra realidad nacional, todo movimiento para superarla, así sus formas sean las más pacíficas y legales, está condenado a expresarse de una manera revolucionara, principalmente, para defenderse de la reacción promovida desde el exterior.
Seguirán calificando de dictadura lo que no se ajusta a las formas democráticas preestablecidas que generalmente consisten en el poder tramposo de una minoría? ¿O se entenderá que lo que determina la democracia es la sustancia popular de un movimiento, la expresión de la Nación en conjunto que, por lo mismo, porque quiere ser Nación tiene que romper drásticamente los moldes artificiales con que se la invalida? O pasa con muchos de los nuestros lo que pasa con los intelectuales uruguayos que entienden lo de Cuba porque está lejos y no entienden lo de enfrente porque está montado sobre su propia nariz como los anteojos y no lo ven, por eso mismo?
El momento es para "barajar y dar de nuevo" y todas las cartas deben entrar en el mazo. "En la marcha, se acomodan las cargas", como dicen los carreros y ya vendrán los descartes, al dar naipe. De todos modos, este es un problema de la inteligencia nacional, o mejor dicho de "los inteligentes", "los cráneos", como dicen los muchachos, cuya inteligencia no está perturbada y saben perfectamente a qué atenerse. La hora llegará en que la inercia actual de las multitudes se convierta en dinámica y ella llegará, al vez, por un caudillo, viejo o nuevo. Lo que sucedió desde 1943 al 45 ocurrirá de nuevo. No me inquieta la oscuridad actual porque más oscuro estaba entonces, en ese final de la Década Infame y entonces aprendí que por "sobada" no deja de ser menos cierta la frase: "las horas más oscuras son las que preceden al amanecer". Ya no hay luces en el cielo y sí solo algunos faroles dispersos por el campo, como los tambos a la hora del primer ordeñe. Pero el paisano sabe que está por salir el sol.
Entender el cómo y el cuando es difícil y el peligro de los "inteligentes" es que, por saber demasiado, no vayan a agarrar "para los tomates" como en otras ocasiones. La cosa será sin ellos, de todos modos, lo que no será bueno para el movimiento al que no les debe faltar ninguno que le sea útil. Pero el movimiento puede prescindir como antes; tal vez no sus realizaciones.
(...)
Esto que he dicho contesta a muchos que temen al barullo. Supongo que las mismas preguntas les harán a otros que vienen de otro origen. Y esto es también consecuencia de la falta de libertad de prensa. No se juzga de lo que la gente escribe por lo que dice, sino por dónde y con quién escribe, porque lo habitual es que el periódico-empresa imponga su pensamiento al escritor, aunque firme. Esta es la razón porque la gente que escribe aquí, o en otros semanarios, no escribe en la gran prensa. Yo escribo donde puedo, cualquiera sea el matiz nacional de la publicación y le pido al lector que entienda que lo que yo firmo lo escribo yo y si no, no escribo. Le acepto a los otros el mismo derecho, que es una obligación. Recordemos a nuestro Martín Fierro:
... debe cantar el que canta
con toda la voz que tiene (...).
Pero eso sí, con su voz, sea en teatro cantina, ramada o fogón y haya o no contrapunto. Y si hay contrapunto, mejor. ¡En la cancha, se ven los pingos!
Arturo Jauretche.
El Popular
21 de septiembre de 1960
(Extraído del trabajo "Polémicas 4. Jauretche. Barajar y dar de nuevo" Ed. Colihue/los nacionales.)
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