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BOLIVIA | El pueblo en su encrucijada





En los últimos días, el compañero Evo Morales ha denunciado que las fuerzas del orden oligárquico preparan un NUEVO GOLPE en Bolivia.


Dicha acción se basa en la necesidad de las clases dominantes de impedir el proceso electoral que llevará al MAS al gobierno nuevamente. Efectivamente, el devenir de los acontecimientos en el país hermano desde el golpe imperialista en diciembre de 2019, ha colocado a los candidatos Luis Arce y David Choquehuanca en condiciones aptas para una victoria electoral sólida. En tal sentido, la maquinaría infernal que llevó a la dictadora Jeanine Áñez al gobierno, ahora impone su salida apresurada. Esto, en medio de una fuerte rebelión social que, como consecuencia de la barbarie oligárquica, también busca la clausura del gobierno de facto.


SALIDA ELECTORAL


Ha dicho el ex presidente en sus redes sociales:


"Bolivia vive momentos difíciles. Los dirigentes y las bases sociales movilizados deben optar responsablemente entre la renuncia de Áñez que postergará aún más nuestro retorno a la democracia o elecciones prontas con la garantía de Naciones Unidas. (...) El gobierno de facto busca una nueva convocatoria para elecciones, como lo ha dicho el separatista Marinkovic, por lo que los movimientos sociales deben reflexionar sobre lo que es más conveniente para el campo popular antes que coincidir con agenda de la derecha."

En otra publicación reciente, Moráles asevera:


"La historia del MAS-IPSP es la historia de la lucha por la paz, la democracia y la justicia social. Debemos garantizar mediante el diálogo una salida democrática y pacífica a la crisis de #Bolivia."

La advertencia del líder indígena es clara: si el objetivo es el retorno de la Patria plurinacional, el camino que se adopte para alcanzar el fin es determinante. Áñez tiene las manos manchadas de sangre. El saldo escalofriante de su gestión justifica el odio popular. Asesinatos, presos/as políticos/as, exiliados/as. El cóctel es explosivo para una masa explotada que lucha desde el Día Uno por el retorno del Movimiento al Socialismo al gobierno. Sin embargo, la déspota no es otra cosa que un instrumento más de las clases dominantes del país andino, quienes no dudarán en desplazarla si de ello depende imponer un freno al MAS-IPSP. Si el pensamiento estratégico no se impone sobre las emociones (por demás justificadas) del Pueblo, el tránsito recorrido podría haber sido en vano: un retroceso como el que augura el nuevo golpe no es una posibilidad para un pueblo al que no le han permitido siquiera llorar a sus hijos e hijas caídas en defensa de la wiphala.


Habida cuenta del desequilibrio material de las fuerzas en pugna, si la salida electoral no se impone como única alternativa frente a la crisis, el saldo de muertes que lamentará el pueblo no reconoce límites. La ferocidad de la oligarquía boliviana ha sido demostrada. No importa cuantos cuerpos de hombres, mujeres e infantes queden en el camino: el odio civilizador armado barrerá cuanta protesta se interponga en su camino hacia la perpetuidad del régimen. Con la experiencia que largas décadas de militancia sindical y otros lustros de gobierno, Evo Morales ha decidido por el "tiempo" en lugar de la "sangre". Más la sangrienta reacción del régimen racista y patronal imperante complejiza el cuadro.



DIRIGENCIA CIPAYA Y MINORÍAS POLÍTICAS


La miopía de la dirigencia golpista, segada por sus propias mentiras, los ha conducido a actuar en función de una realidad prefabricada. Al concebir derrotado al MAS-IPSP, no vieron venir la asonada insurgente que se gestaba día tras día entre las poblaciones humildes. En los últimos meses, aún con sus principales dirigentes exiliados o presos, el movimiento liderado por Evo Morales se ha nutrido de una potencia considerable, capaz de infligir una categórica derrota electoral al régimen cipayo, evitando nuevos e innecesarios derramamientos de sangre.


El problema de la dirigencia liberal conservadora de este tiempo parece ser siempre el mismo. El Aparato de Inteligencia ha operado sobre los sectores populares de la región (sobre todo en aquellos cuyos gobiernos han sido derrotados, destituidos, etc.) en virtud de infundir en sus individuos y grupos el sentimiento de una "minoría derrotada"; paralelamente, inculca en las verdaderas minorías políticas la ilusión de una superioridad numérica en pos de enardecerlas y movilizarlas. El efecto subjetivo buscado es ostensible: la guerra psicológica pretende desmoralizar a las grandes mayorías con el fin de dispersarlas, replegando así la reacción social e inutilizando los dispositivos políticos del pueblo en el marco de la democracia formal.


El defecto surge cuando estas "minorías reales" dejan de percibir la realidad para mimetizarse con el relato. Tanto en Argentina como en Bolivia se ha visto este fenómeno. La derrota del partido de la oligarquía argentina en las elecciones de medio término definieron el triunfo final. Esto se debió, en gran medida, al efecto sorpresa. Dicho efecto no fue orquestado por las fuerzas populares, sino por el estrepitoso choque de los partidarios del régimen con la realidad. La idea de los votantes de Mauricio Macri de que el peronismo había sido barrido por el carisma del dirigente porteño devenido en presidente, la noción mesiánica de pertenecer a una mayoría ciudadana que nunca existió y el credo cuasi religioso en que la principal líder opositora, Cristina Kirchner, era un "cadáver político", tornaron irremontable el resultado. La desmoralización fue devastadora.


En Bolivia, el proceso es equivalente. Bastaba con ver las publicaciones del cipayo andino para corroborar su fe dogmática a la idea de que "en Bolivia, a Evo no lo quiere nadie". Resultó imposible convencerlos -aún en beneficio propio- de lo contrario. Sin embargo, la experiencia de la derrota del ex presidente Macri fue bien comprendida por las clases dominantes del país andino, quienes intentan por estas horas desarticular toda posibilidad del retorno del MAS-IPSP al gobierno. Para ello, atacan por dos frentes: por un lado, hostigando al pueblo movilizado, reprimiendo salvajemente sus protestas; por el otro, operando desde sus "peones", quienes intentan convencer a Jeanine Áñez de la renuncia.



LA DISYUNTIVA


Bolivia atraviesa horas decisivas. Mientras las fuerzas represivas del orden oligárquico intentan frenar la escalada de protestas que, por estas horas, ha llegado a niveles intolerables para el régimen, el Aparato de Inteligencia opera a contrarreloj. Las fuerzas de la reacción han llegado a la contienda electoral partidos en más de una docena de candidatos, entre ellos la actual presidenta de facto. Solo la eliminación de la mayor cantidad de figuras presidenciables podría lograr una fórmula sólida para enfrentar al partido de Evo Morales. Más las vanidades personales y los intereses contrapuestos de los golpistas tornan imposible la tarea: nadie quiere bajarse. Por su actuación al frente del gobierno en los últimos meses, la figura de Áñez presenta un desgaste evidente. Allí, en el cimiento más vulnerable, es donde las alimañas comienzan a roer. La táctica se apoya en el guiño del imperialismo financiero, quien ha recomendado a las fuerzas liberal-conservadoras cortarse un brazo antes de que la infección se extienda a todo el cuerpo. En estas horas de sangre y fuego, con sus principales aliados solicitándole la renuncia y sus adversarios políticos colmando las calles a pesar de la represión, Jeanine Áñez habría comprendido que ni las oligarquías vernáculas ni el Capital Trasnacional reconocen lealtad alguna.


En las calles, la lucha se intensifica a cada hora. Recientemente la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia emitió un comunicado convocando a masificar los bloqueos y movilizar a El Alto. Por su parte, la Central Obrera Boliviana ha manifestado que mantendrá el bloqueo de rutas -que ya lleva más de una semana- hasta que el gobierno de marcha atrás con la postergación de los comicios nacionales. El reloj corre, la violencia estatal se intensifica y el tiempo de las grandes decisiones parece estar a la vuelta de la esquina.


¿Qué hará el Pueblo boliviano? La respuesta es, sin duda, incierta.


Las fuerzas del orden oligárquico, en su actual estado de división, son conscientes de su vulnerabilidad en el terreno electoral. Por tal motivo, mientras un sector intenta ganar tiempo, aplazando los comicios y buscando la renuncia del resto de los candidatos; otros, más radicalizados, pretende postergar el proceso electoral por tiempo indeterminado. La certeza es que Jeanine Áñez, más allá de sus denuncias contra el MAS-IPSP de querer "sacar al gobierno por la ventana", comprende que el partido plurinacional no es el único sector que pretende acabar con su mandato. La actual mandataria es -ironías de la vida- la única garantía de que, tarde o temprano, la disputa se dirima en el proceso electoral.


Ha dicho Evo Morales en las últimas horas:

"No debemos caer en las provocaciones que nos quieren llevar a la violencia. Solo con el pueblo en el poder democrática y pacíficamente podremos resolver las crisis y eso significa elecciones ya, con fecha definitiva e inamovible."

En una verdadera labor quirúrgica, la táctica el líder boliviano se basa en promover la presión social hacia el llamado de elecciones inmediatas, seguras y con fecha firme, controlando asimismo el nivel de los embates de manera tal que las protestas no sean utilizadas por los sectores duros de las clases dominantes en su intento de correr la disputa del terreno electoral y provocar una verdadera carnicería. Entre tanto, las fuerzas de seguridad reprimen la protesta social sin tregua. Del temple del pueblo boliviano dependerá el triunfo.



LA REGIÓN EN DISPUTA


Para la Argentina, la recuperación de Bolivia resulta de interés estratégico. No solo en términos económicos, sino por la potencialidad geopolítica que ambas naciones hermanas podrían ostentar de cara a la "post-pandemia". Por el momento, la Nación Sanmartiniana ha tenido que obrar en la arena global sin apoyo regional. Si bien la aceptación por parte de los acreedores de la propuesta del ministro Martín Guzmán para la renegociación de parte de la deuda externa constituye un paso trascendental para el país en su camino hacia la independencia económica, sin el concurso de organismos regionales como UNASUR y CELAC -desarticulados en los últimos 4 años- el rumbo que queda por recorrer resultará intransitable.


Bolivia y Argentina tienen en su genética histórica un origen común: el Virreinato del Río de la Plata y las Provincias Unidas del Sur son dos expresiones de un pasado no tan lejano en donde ambas naciones compartían una identidad común. La codicia de las tendencias separatistas del entonces "Alto Perú" y la conducta ultra-cipaya de los Doctores de Buenos Aires posibilitaron la balcanización del Plata, separando en dos "repúblicas" lo que debería haber sido una única Nación. Tanto los gobiernos de Cristina y Néstor Kirchner como el de Evo Morales Ayma promovieron, en el marco de las limitaciones contemporáneas, un virtuoso proceso de integración regional que hermanó a ambos países como nunca desde la trágica escisión del Alto Perú de las Provincias Unidas. Dicho proceso fue desandado por el ex presidente Mauricio Macri y la actual presidenta de facto Jeanine Áñez. La irrupción del peronismo en la arena regional en diciembre de 2019, así como la altamente posible victoria del MAS-IPSP en los comicios venideros auguran un proceso de reconstrucción de la Patria Grande "desde abajo". De allí la importancia del proceso boliviano para las y los argentinos.


Estaremos atentos al desenlace de los acontecimientos. La recuperación de Bolivia para el proyecto sanmartiniano es un objetivo estratégico para la Argentina en su búsqueda de reconstruir la unidad regional.


Camilo Porto Rojas | Línea Nacional Popular



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