Lunes 17 de agosto. El día soleado se suma a la tanda de jornadas cálidas de corte agradable. Entradas las 16 horas, el termómetro marca dieciocho grados y una décima; día ameno para salir a pasear. Claro, quienes respetamos las medidas de aislamiento social establecidas por el Gobierno constitucional de Alberto Fernández, optamos por permanecer en casa. Sin embargo, por las calles del microcentro porteño, haya una minoría sediciosa que no piense lo mismo.
Así las cosas en la Argentina, la líder del partido del Puerto “Unión PRO”, Sra. Patricia Bullrich ha convocado para esta tarde una movilización en defensa de las usuales abstracciones del catálogo Demoliberal: la República, la democracia, la Justicia, las instituciones, la división de poderes y la Constitución. Ironías de la vida: la fecha electa por las minorías anti-nacionales ha sido el aniversario de la muerte del Libertador General José de San Martín. Según uno de sus convocantes, Sr. Luís Brandoni –férreo aspirante a una sociedad donde las castas imperen sobre las grandes mayorías nacionales– la medida sería un “homenaje” al padre de la Patria. Es allí donde comienza el ejercicio del pensamiento. Una imagen llamó la atención a este espectador: en Mar del Plata, la muchedumbre enérgica y odiante se congregó para repudiar a “la delincuente más grande de la Historia argentina” –es decir, quien más ha hecho por la soberanía nacional en los últimos tres lustros: Cristina Kirchner– nada más ni nada menos que en la estatua del General San Martín. El buen lector y la buen lectora comprenderán el quilombo que estos personajes tendrán en marote. Sin embargo, la realidad es otra. Resulta que el mesianismo que el aparato de colonización pedagógica ha sembrado en estas hordas es sólido y fácil de estimular. La “libertad” concebida como valor universal es un estímulo potente para las minorías odiantes. En tal sentido, la configuración ha sido rápida y sencilla para que cualquier “hijo de gorila” la interprete: “la libertad está en peligro” – “el gobierno de los corruptos planean destruir las instituciones y aniquilar la constitución” – “San Martín ha dicho que nada importa más que la libertad” – “Este 17 de agosto, homenajeamos a San Martín luchando por la libertad”.
Un verdadero cambalache. Más las minorías odiantes sólo obedecen. El ejercicio del pensamiento analítico, aquel que conlleva a poner las ideas propias en tela de juicio, no es bienvenido para un círculo marginal cuyo culto al pensamiento preconstruido es más fuerte que el credo de los religiosos.
Cámbiele la yerba al mate y, si tiene la posibilidad, salga al balcón que el solcito hace bien a los huesos. Pensemos un poco.
"Si el Gral. San Martín hubiera querido obedecer a su gobierno, nunca jamás se habría presentado una ocasión más favorable para salvar el orden público y el organismo nacional. Todo era cuestión de aplastar un año la frenética ambición de expedicionar sobre el Perú que lo devoraba. Con sus tropas unidas a las del ejército de Tucumán y a las de la capital, podría haber concentrado diez mil hombres sobre Santa Fe y Entre Ríos y ahogar en el Uruguay, entre la frontera argentina y las tropas portuguesas, todos los caudillos montoneros sin dejar uno solo capaz de caminar en dos pies".
Así describía el Historiador liberal Vicente Fidel López la “desobediencia” de San Martín a la orden de los Doctores de Buenos Aires de aplastar “la anarquía federal”. ¿Qué había pasado? La reacción de las masas del interior del país, empobrecidas desde los albores mismos de nuestra independencia, comenzaba a agitar. Mientras el Ejercito Patriota de Simón Bolívar avanzaba día a día en la gestación de la gran Nación Indoamericana, en El Plata emergía una poderosa insurgencia plebeya que amenazaba los intereses materiales de la Ciudad Puerto. Tras la aprobación infausta de la Constitución unitaria de 1819, la reacción de las lanzas montoneras creció en forma inusitada. Es en este contexto que el Dr. Tagle, ministro de Guerra del Director Supremo José Rondeau, convocó al Gral. San Martín a abandonar su gesta americana para redirigir las fuerzas de su ejército en pos de destruir la insurgencia gaucha. El objetivo de dicha infamia no era otro que perpetuar la hegemonía económica del Puerto frente a las devastadas economías provinciales. San Martín desobedeció la orden. De esta forma, sellaría su compromiso con la Revolución Americana y se ganaría el desprecio de la burguesía comercial porteña para toda la eternidad.
Tras su negativa a desenvainar su sable en guerras contra el Pueblo, el Libertador se lanzó al norte a cumplir con la liberación de los territorios de Chile y el Perú. Para dicha empresa, el Directorio porteño no invirtió ni una moneda. El gran héroe de la Independencia no contaría con más apoyo que el de sus propios soldados para su proyecto americano. En Buenos Aires, la gesta patriótica de San Martín era catalogada como “mesianismo napoleónico” nacida de las ambiciones de un “déspota” desmedido. Por esos días, nada bueno se escribía en los periódicos de la metrópoli. Mientras el “Bajo Buenos Aires” seguía entusiasta cada noticia que llegaba del norte continental, la Burguesía Comercial porteña estimulaba una espesa red de intereses regionales a lo largo y a lo ancho de las Provincias Unidas. La “Patria Chica”, aquella que en la cabeza nuestros libertadores no era más que una provincia de tantas en la anchura de la nueva Nación que emergía al mundo, sería pensada como “república autónoma”. Sin demasiado esfuerzo, los doctores del Puerto asfixiarían al Ejército Sanmartiniano, declarando ingratos a sus generales y jefes –San Martín, entre ellos–, desfinanciándolo en medio de la campaña y desconociéndolo de hecho en su etapa final.
El gran enemigo de la hegemonía porteña era el proyecto americano de José de San Martín. Mientras Buenos Aires se pensaba “metrópoli” anexada virtualmente con la Corona Británica, para lo cual requería un territorio que no se extendiese más allá de la Pampa; San Martín pensaba una Nación índoiberoamericana integrada y sólida, es decir, una “supranación”. Pronto, los intereses regionales detonaron el proyecto americano. Mientras en el norte, la Gran Colombia de Simón Bolívar ardía en pulseadas internas promovidas por sus propios líderes, en el Sur, Buenos Aires entregaba la Banda Oriental al Brasil, concedía al Alto Perú (actual Bolivia) una soberanía ficticia y aislaba al Paraguay del Dr. Francia obligándolo a su escisión de las Provincias Unidas. La balcanización era una realidad. El hecho de que hoy San Martín sea recordado por haber liberado “tres países”, y no tres territorios de una sola Nación es la imagen del éxito de la Historiografía Oficial que, como diría Don Arturo Jauretche, fue la “política de la Historia”, tanto para nuestro país como para el resto de Iberoamérica. La misma tuvo como objetivo principal justificar la existencia de una veintena de repúblicas de ilusoria soberanía en lugar de la gran Nación que pensaron nuestros libertadores. Mientras Santander, ex compañero de armas de Bolívar, se dedicaba a borrar de Colombia cada rastro del gran libertador, Don Bernardino Rivadavia impondría en todo el territorio de lo que hoy llamamos Argentina la Dictadura del puerto único, sentenciando a los antiguos héroes de la Independencia devenidos en líderes populares que la historiografía bautizaría con el mote de “caudillos” a la persecución crónica. Ambas figuras, Rivadavia y Santander, subordinarían los destinos de sus respectivas naciones a la dependencia económica mediante leoninos empréstitos. La Gran Bretaña se hacía dueña del continente.
De allí la gran contradicción entre la opulenta Ciudad de Buenos Aires y el libertador José de San Martín. De allí la ridiculez de aquel patético vocero que, entre lágrimas de emoción y su confeso desprecio hacia todo aquello que sea “americano”, declaró su entusiasmo porque la gran “marcha por la libertad” haya sido convocada como homenaje hacia el libertador de América. En verdad, la razón inconfesable por el ilustre comunicador es que el homenaje no es hacia San Martín, sino a la fecha de su fallecimiento… Lo que las bestias celebran es, en ciernes, la desaparición de la figura del gran Libertador de la existencia física. ¡De qué otra manera podía ser! La figura del Libertador es la antinomia misma de sus ideas. Su figura ha sido revivida en los cuerpos de Hipólito Yrigoyen, Juan Perón y Cristina Kirchner, y en cada oportunidad éstos han sido resistidos por las infames minorías cuyo único culto es el rencor hacia la americanidad.
Liberales, anarquistas, nacionalistas, fanáticos religiosos y hasta algún resabio del ghioldísmo estalinista se han congregado en el Obelisco y otras partes del país a protestar contra el gobierno que representa los ideales americanos del General San Martín. Al igual que en los tiempos del gran Libertador, los sectores reaccionarios de las metrópolis separatistas reaccionan frente al proyecto de unidad continental en defensa de sus antiguos y actuales privilegios. La violencia con que lo hacen no es más que la materialización de su frustración de ver su “propiedad privada” –el país– entregado a sus legítimos propietarios –el Pueblo–.
Editorial | Línea Nacional Popular
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