* CPR - Central de Trabajadores/as de la Argentina
El origen del poder en las comunidades depende de la organización de los valores materiales dentro del sistema económico imperante. En Inglaterra, por ejemplo, el inmenso y acelerado proceso industrial en los siglos pasados permitió a la burguesía imponer la supremacía de la industria por sobre todo modelo de producción pasado, colocando a esta clase social por encima del conjunto de las clases existentes en ese entonces. De esta forma, la propiedad de los medios de producción capitalistas se impusieron al sistema de poderes derivado del vetusto sistema feudal de la propiedad de la tierra. Fue así -con diferencias y matices en su desarrollo histórico- que se reprodujo el capitalismo en la inmensa mayoría de los países europeos.
En la Argentina, las relaciones de poder se establecieron de manera distinta. La derrota de la última trinchera nacional del federalismo en Pavón a manos del mitrísmo permitió a la Oligarquía -clase propietaria de las tierras más fértiles del planeta- sentar las bases del neocolonialismo ingles en nuestras tierras, basado en una economía primaria y exportadora. De esta forma, la propiedad de la tierra en nuestro país sería el principal núcleo de poder material y simbólico.
Decía Alberto Belloni (destacado intelectual rosarino y militante sindical de ATE) en su libro “Del Anarquismo al Peronismo”, al referirse a este tema que:
“La oligarquía terrateniente y los hacendados ligados a los intereses foráneos de los frigoríficos son la base reaccionaria del país. La primera tarea de un partido obrero y popular será quebrar este baluarte retrógrado.”
En este sentido, Belloni descarta que los objetivos de la Clase Trabajadora puedan concretarse si no se tuerce el brazo de la principal contradicción de nuestra nación semicolonial: el sistema agro-exportador y la producción primaria debe ser reemplazado por un sistema capitalista autóctono con base en la soberanía nacional asentado en la industrialización, base de toda independencia económica. Toda fuerza política -mas allá de sus contradicciones de clase- que defienda este programa y cuya fuerza sea suficiente para instaurarlo debe ser acompañada, en tanto acorta las relaciones desiguales de poder entre el Pueblo y la Oligarquía, que son las relaciones de poder entre la nación argentina y las potencias foráneas.
Sigue Belloni:
“En 1912 (pleno apogeo de la clase terrateniente) según el Anuario Agropecuario, existían 5311 chacras con 27.831 propietarios, 47.006 arrendatarios y 10.474 medieros. Años más tarde se denunciaría que la minoría oligárquica, 1843 familias, tenían en su poder 417.870 kilómetros cuadrados, toda una nación europea.”
Es interesante analizar esta última frase del intelectual obrero. En una nación cuya correlación de fuerzas se estructura en la tenencia de la tierra, las dimensiones de nuestra extensión no deben ser ignoradas. En el primer cuadro que compartimos podemos observar como un triángulo escaleno conecta en la argentina a la Ciudad de Córdoba con Buenos Aires y la ciudad de Neuquén. Es la misma distancia que conecta Praga con París y Venecia (vale decir, Alemania con Francia e Italia, 3 naciones europeas). La magnitud de nuestro territorio es correlativo al poder que encarna nuestra oligarquía. Hoy por hoy, no más de 100 familias -algunas de ellas directamente representadas en sus apellidos en el Gobierno Nacional- concentran la inmensa mayoría de las tierras de nuestro país.
La potencia que esto representa ha permanecido invisibilizada a los ojos de los argentinos, aún de los llamados partidos “progresistas” o “de izquierda” que ha parido nuestro sistema de partidos políticos. Sólo la Revolución Peronista (1945-1955) y el Movimiento Obrero, organizado a partir de dicho proceso, han sabido desnudar las relaciones de dominación que aquejan a nuestra Patria y denunciarlas, tanto en su programa de gobierno como en la oposición. Desarticular este andamiaje, como ya hemos dicho, depende de una profunda reforma de las relaciones de producción, revirtiendo el patrón de acumulación y redistribuyendo el ingreso de la renta agraria al sector del trabajo y los movimientos sociales.
En nuestro gobierno (2003-2015) esta contradicción fundante en la lucha por la liberación nacional se visibilizó a través del conflicto con las patronales en 2008, el cual terminó en una efectiva derrota del Campo Nacional Popular, y por ende de la Clase Trabajadora, fruto de la debilidad del gobierno popular y las divisiones en las Organizaciones Libres del Pueblo. Más dicha contradicción fue paulatinamente tapada por otro enemigo emergente: los monopolios mediáticos, quienes se transformaron en la principal herramienta del poder para combatir las acciones del gobierno peronista. Grave error, las fuerzas del gobierno de entonces y de las organizaciones sociales adherentes apuntaron toda su artillería militante a desarticular el aparato comunicacional opositor, dejando libre de golpes a la Oligarquía, quien pronto se levantaría erigiéndose en gobierno “democráticamente electo”.
Hoy por hoy, el gobierno de la Alianza Cambiemos representa abiertamente los intereses del conjunto de las calses dominantes. Desde su asunción, Cambiemos ha emprendido un programa de neto corte oligárquico tradicional con base en los intereses de Clase que la alianza representa. La persecución obrera, las brutales represiones, la intervención de los sindicatos, el debilitamiento de las organizaciones obreras por medio de “decretazos” varios, el encarcelamiento de sus principales dirigentes y la injuria sistematizada contra la actividad gremial promovida a través del aparato “bélico-comunicacional” oficial y privado dan muestra de ello.
Más vale aclarar, frente a un contexto crítico de las fuerzas político-partidarias (organizaciones juveniles, partidos populares, etc.) donde una profunda crisis de representación social es inocultable, el Movimiento Obrero organizado ha sido y es el único sector del Campo Nacional Popular que ha sabido frenar gradualmente el avance del gobierno de Cambiemos en su afán de subsumir todas las estructuras del país a los intereses espurios del Gran Capital Trasnacional y los intereses de Clase de la oligarquía local. Es necesario destacar la claridad de un importante núcleo de dirigentes (Corriente Federal de Trabajadores, CTA Autónoma, CTA de Los Trabajadores, CTEP) que con apreciable conocimiento del contexto histórico actual han señalado la importancia de columnario a la Clase Trabajadora detrás de un programa unitario que conduzca la lucha de clases en el marco de una gran lucha nacional contra el imperialismo y sus aliados locales. Para ello, dichos sectores han señalado que la unidad del movimiento obrero en todas sus variables, sin banderías que distraigan el objetivo primario -derrotar a la oligarquía- es la única senda por la que debemos avanzar, si no queremos ser “carne de presa” de nuestros verdugos.
Más existe aún dentro del Movimiento Obrero elementos que, aunque combativos, no han podido romper el “corset” que los mantiene dentro de las meras reivindicaciones gremiales. Hacen “gremialismo puro”. Se jactan de ser “autónomos de todo”. Exclaman su independencia “de los patrones, de los gobiernos y de los partidos políticos”, como si el “autonomismo” fuese una causa en sí misma. Es claro, y todas las tendencias sindicales combativas aquí nombradas lo han practicado, que la autonomía del Movimiento Obrero por sobre las estructuras político-partidarias es un imperativo que las organizaciones sindicales deben practicar si no quieren encorsetarse en las pequeñas, estériles e infantiles peleas de la clase política -que en estos dos años han llegado al colmo del absurdo, dividiendo al movimiento en tres bandos para ir a elecciones en la nación contra una fuerza uniforme como la Alianza Cambiemos, que concentra al núcleo del radicalismo reaccionario, al conjunto de la oligarquía contumaz y a las fuerzas antinacionales de neto corte liberal-, más hacer “culto de la independencia sindical” conlleva a encerrarse en una inútil e inservible concepción de minoría, típica de los partidos obreros de antaño, que no sirve más que para cederle la herramienta de la política a quienes sí saben utilizarla en contra de los intereses del Pueblo.
Al respecto, decía el compañero Germán Abdala (histórico Secretario General de ATE Capital y referente espiritual de nuestra Asociación de Trabajadores del Estado) que
“Hoy, todos los formadores de opinión no critican a los ‘malos políticos’ (…) porque es la mejor forma de destruir, no a ‘los políticos’, sino a ‘la política’. Porque la política es la herramienta que tenemos los pueblos para cambiar las sociedades donde vivimos.”
Esta afirmación del dirigente estatal es clave para comprender el rumbo que las organizaciones obreras deben perseguir si en verdad anhelan su emancipación social. La “política” es una actividad cuya finalidad es actuar sobre las relación de poder de una comunidad. Si bien, en su discurso la “política” aparece divorciada del concepto de “Partido Político”, en la práctica estos grupos toman estos dos conceptos como una unidad indivisible. La incapacidad por parte de este “sindicalismo autónomo” de poder diferenciar “política partidaria” de “política obrera” los ha llevado incontables veces al fracaso.
Al respecto, volvemos a citar al compañero Belloni:
“La confusión parte de que se identifica a la política como algo general y abstracto, cuando por el contrario, hay que comenzar por determinar el carácter de clase de cada política, o de cada partido, distinguiendo la política patronal o la política “democrático-oligárquica”, de la política obrera (…) Si bien los representantes de los trabajadores tienen que luchar contra los gobiernos patronales, deben, asimismo, apoyar una política popular en el poder y tender hacia ella, pues es el poder central del Estado la mejor palanca ante el imperialismo.”
Es clásico de estos grupos confundir al “Estado” como “patrón”, siendo la institución estatal la única garantía para los pueblos de liberarse de las garras del verdugo invasor y sus pregoneros locales. Asimismo, la palabra “gobierno” es automáticamente relacionada con la palabra “enemigo”, negando en la práctica todo lo que se declama en sus programas, en tanto no las conquistas obtenidas no serán más que “relámpagos en la noche serena” si no se llega a tomar las riendas del gobierno en manos de los de abajo. La idea del “opositor” parece ser un fetiche sin límites, aún ante grandes conquistas para su interés de clase. Lo que entienden como “libertad sindical” es, en realidad, “aislamiento sindical”; como “democracia sindical”, la atomización de las organizaciones obreras”; como “práctica anti-burocrática”, el divorcio de la Clase Trabajadora de los grandes movimientos nacionales capaces de torcer el destino de la Argentina dependiente. Miran con simpatía los ejemplos de sindicalismo europeo, siendo el sistema gremial europeo el mismo que pregonan los voceros de la oligarquía como el sistema ideal para la Argentina.
Otro gran intelectual que se refirió a esta mentalidad encorsetada en “lo gremial” por sobre “lo nacional” fue el filósofo Juan José Hernández Arregui, quien dirá que:
“Los trabajadores no deben olvidar que hay que combatir las causas de su situación social como clase, no los efectos; no deben olvidar que la lucha justa por mejores salarios es sólo una parte de su actividad como clase revolucionaria, y que el aumento de los jornales, por sí mismo, no modifica el régimen del trabajo asalariado; no deben olvidar, sobre todo, que bajo el imperialismo, ese régimen adquiere dimensiones no gremiales, sino nacionales (…) [L]a política sindical debe encuadrarse en una teoría revolucionaria que guíe a las masas, que supere al sindicalismo como mera oposición entre patrones y obreros.”
En sí, lo que no comprenden estos “autonomistas” es a la oligarquía como clase dominante. Intentan hacer “gremialismo a la europea” con las prácticas utilizadas en países de alto desarrollo industrial cuando el eje de su dominación como clase es precisamente que el nuestro no es un país soberano, sino una factoría del Capital Financiero. Ignoran que toda iniciativa nacional orientada a la consolidación de una industria pujante y autónoma no hace más que debilitar las relaciones de poder de la oligarquía, empoderando a las únicas clases verdaderamente nacionales: la clase obrera y los movimientos sociales.
En este sentido, la prioridad para la clase trabajadora debe ser atacar a la oligarquía, hoy corporizada en la Alianza Cambiemos, mancomunados con todos los sectores que luchen contra el mismo enemigo. No existe otra prioridad ante la amenaza que se cierne sobre nosotros. Al llamado “autonomismo sindical” o “sindicalismo independiente” es necesario incorporarlo. Combatirlo en forma directa no acarreara otra cosa que una fractura más al cuerpo sindical. Subsumirlo será tarea del sindicalismo combativo, predicando con el ejemplo y traccionando a sus mejores dirigentes. Con la práctica sindical revolucionaria, que es la lucha nacional contra la oligarquía en unidad con todas las Organizaciones Libres del Pueblo, debilitaremos de manera efectiva y definitiva esta visión vetusta y ortodoxa del sindicalismo. Para ello, desnudar las relaciones de poder que aquejan a nuestro Pueblo es prioritario: la oligarquía y el Gran Capital Trasnacional.
Estamos seguros que la unidad es el camino para vencer, y para vencer debemos saber contra quién luchamos, cual es su verdadero poder en relación a la capacidad de nuestras organizaciones y sobre ese análisis, sentar las bases de un programa nacional del y para el Movimiento Obrero y los Movimientos Sociales, verdadero descarte de este sistema inhumano e inmoral.
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