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MALDITA OLIGARQUÍA | La fuerza es el derecho de las bestias


Así... al sol furioso del medio día, quemaban los cuerpos atados del criollaje rebelde. Inflamada su piel reseca por los rayos despiadados de la estrella mayor, el gauchaje sentía los mordiscos de las hormigas sobre la carne viva mientras la anchura de la pampa ahogaba sus gritos en un abismo cómplice. Mientras, en una escuela perdida de la provincia, los hijos del montonerío aprendían a denostar el pecado original de sus padres: un bando de maleantes, de dientes amarillentos, escoria ignorante que no respetaron ninguna autoridad y que por ello acabaron como acabaron. Postulaba ya en ese entonces Don Bartolomé Mitre en una carta a Sarmiento un pensamiento que las clases opulentas emplearían con fervor mesiánico cada vez que se hicieran del gobierno:


"Procure no comprometer al Gobierno nacional en una campaña militar de operaciones (...) no quiero dar a ninguna operación sobre La Rioja el carácter de guerra civil. Mi idea se resume en dos palabras: quiero hacer en La Rioja una guerra de policía. (...) Declarando ladrones a los montoneros, sin hacerle el honor de considerarlos como partidarios políticos, ni elevar sus depredaciones al rango de reacción, lo que hay que hacer es muy sencillo..."

Del mismo modo, entrado el siglo XX, los herederos de Don Bartolomé tiraban a las aves de rapiña los miembros de los cuerpos mutilados de la anarquía gaucha del sur del país; paralelamente, los jóvenes pitucos de la Liga Patriótica y la Asociación del Trabajo asesinaban a decenas de obreros en Buenos Aires en la llamada semana trágicas. Algún memorioso obrero riojano recordaba el relato de cómo el "padre del aula" obligó a la mujer del Chacho Peñaloza limpiar la sangre de su marido de la Plaza de Olta varias décadas atrás.


Los sucesos acontecidos a partir de la segunda mitad del siglo XX son bien conocidos.


Despiadada y maldita Oligarquía, dueña y señora de todas las riquezas del país, en sus dos siglos de dominación jamás ha respetado la vida de quienes entiende como sus enemigos naturales. La violencia es el signo vital y congénito de esta clase. Hoy, hecha del gobierno central, despliega su fuerza despótica sin mesura. Artífice de las silenciadas muertes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, no vacila a la hora de atacar con rapidez y precisión.

Odia. Odia más allá de sus intereses materiales.


No nos sorprenda la barbarie oligárquica.


El odio incontrolable conduce a estas bestias a intensificar sus infames acciones cuando se ve acorralada.


Su deseo no es otra que acabar con toda expresión que pudiera derivar en poder social.

Argentina presenta un rasgo distintivo de otras naciones del Tercer Mundo: su alto grado de organización social. Bien lo saben los oligarcas, tarde o temprano, toda clase o sector oprimido termina por organizarse. Así lo han hecho las mujeres, los sectores de la Economía Popular; así comienzan a hacerlo los inmigrantes descartados de sus países de origen.


De tal manera, su táctica no ha variado en los últimos dos siglos: atacar la insurgencia, no como un problema político, sino de policía y de cárceles. El "opositor" pasa a ser "delincuente" y así, a ser un perseguido.


Hoy observamos con preocupación que el arco de "perseguidos" se incrementa, y a costa de no poder doblar la voluntad de las organizaciones constituidas, el gobierno pega al tobillo: aquellos sectores de mayor vulnerabilidad por su bajo o inexistente grado de organización. Tal es el caso de la inmigración, puesta en la mira desde la última movilización al congreso contra el Presupuesto del FMI.


Las recientes detenciones de ciudadanos argentinos de origen libanés no son un hecho aislado en este marco. La comunidad islámica radicada en nuestro país es una comunidad totalmente incorporada a la idiosincrasia local desde hace más de un siglo. La generosidad del Pueblo argentino, que nunca ha dudado en extender su mano en auxilio de las distintas oleadas inmigrantes que han elegido nuestro país para habitar, es ejemplo en el mundo. En el caso de aquellos inmigrantes de origen sirio o libanés, el ejercicio de convivencia comunitaria e interreligiosa entre éstos y el pueblo argentino es reconocida y apreciada. Sin embargo, el gobierno Oligárquico, haciendo fama de su conocido odio racial, ha decidido destruir esta vieja tradición, incorporando a la comunidad libanesa a la "lista negra" del mal inmigrante. La influencia de intereses foráneos sobre funcionarios tales como la ministra de seguridad Patricia Bullrich no es ajena a este hecho.


Esta realidad pavorosa debe ser denunciada, y la reacción solidaria debe provenir de las organizaciones de la Clase Trabajadora. La CTEP ya ha extendido su mano solidaria hacia los vendedores ambulantes de orígen senegalés, atacados vilmente por las fuerzas de seguridad de la Ciudad de Buenos Aires.


La Clase Trabajadora no permanecerá agenda a esta persecución despiadada. Expresión local de la lucha inescrupulosa de las naciones europeas contra el "enemigo interno", que no es otra cosa que la expresión actual de la guerra del las naciones occidentales contra el Tercer Mundo, el gobierno de la Alianza Cambiemos ha torcido la tradición solidaria y de hermandad de la Argentina para con quienes por razones de subsistencia han tenido que abandonar sus países de origen.


El rencor de la despiadada Oligarquía debe ser denunciado y combatido.

Solidaridad con todos los pueblos injuriados y perseguidos por el gobierno de la Alianza Cambiemos.

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