Por: Camilo Porto Rojas | Línea Nacional Popular
Ha pasado una semana tras la categórica victoria del Frente de Todos sobre las fuerzas antinacionales representadas por Juntos por el Cambio.
Habiendo dejado correr el agua, se puede apreciar con cierta claridad lo que tiempo atrás apenas se percibía: más allá de las operaciones (ojo al piojo, que están actuando), la rama política de la coalición liberal oligárquica se encuentra desorientada.
En efecto, la alianza Unión PRO - UCR que hace apenas 2 años se mostraba sólida, comienza a resquebrajarse. Uno pensaría con tino que el 40% (resultado hasta ahora conocido y con el que nos manejamos hasta conocer los datos del escrutinio definitivo) obtenido en las elecciones generales por parte del presidente saliente bastaría para sostener su liderazgo y, por ende, al riñón propio ordenado detrás de sí. Pues no es así; no lo fue en 2015, cuando el FPV perdió por menos de dos por ciento; no lo es ahora. Resulta que tanto en dicha ocasión como en el presente, los sectores que obtuvieron tales porcentajes dudan (o entienden) que los votos cosechados sean un mérito exclusivo del candidato derrotado.
La UCR ya ha mostrado fisuras. Es comprensible: tras las elecciones generales, el partido centenario perdió decenas de intendencias, tanto en la PBA como en el interior del país. La conservación de las gobernaciones de Mendoza y Jujuy no han calmado la amarga sensación de la dirigencia radical de haber sido víctima de las malas decisiones de Cambiemos a nivel nacional. De hecho, más allá de algunos dichos, las victorias en ambas provincias son entendidas como mérito propio, y no como un gesto de apoyo al derrotado presidente Macri.
Por su parte, ciertos sectores del liberalismo también intentan despegarse de la experiencia fallida, promoviendo la idea de que no es la doctrina, sino la mala administración del ex gobernador porteño, la culpable del deterioro del país. La necesidad de salvar del fracaso a la metáfora liberal resulta imperiosa para los sectores duros de dicha filosofía, debiendo "sacrificar la vaca" que poco tiempo atrás resultaba "sagrada".
Por su parte, el núcleo duro del partido centralista, Unión PRO", reorganiza sus fuerzas e intenta "cortarse el brazo infectado". Rodríguez Larreta, reelecto gobernador de la Ciudad Puerto y descendiente directo de la Clase Política que lideró los destinos de la Argentina previo al primer gobierno de Hipólito Yrigoyen, se muestra firme y sólido en sus actos. Si el partido de gobierno, ahora devenido nuevamente en fuerza vecinal, pretende de sobrevivir, Rodríguez Larreta es sin lugar a dudas el dirigente que deberá encabezar la oposición al gobierno del Pueblo.
Mientras tanto, Alberto Fernández ha comenzado a andar. Se ha reunido con organizaciones de trabajadores, empresarios pequeños y grandes con motivo de coordinar el "Pacto Social" anunciado en la campaña presidencial. Urge reactivar la economía. Para ello, el estímulo a la producción, el trabajo y el consumo se hace un imperativo ineludible. Alberto lo tiene en claro, y ha comenzado a obrar en ésta dirección. Por otra parte, el presidente electo ha comenzado a tender lazos hacia Iberoamérica: Argentina vuelve a su Casa Común con la voluntad de coordinar la reconstrucción del proceso de integración regional. El viaje reciente a México se encuadra en este gran objetivo. La necesidad de reorganizar nuestros grandes bloques continentales, esta vez con el concurso de México, es una necesidad imperiosa, no sólo para la Argentina, sino para el conjunto de la región de cara a lo que se viene.
El peronismo se muestra sólido. Más allá de alguna que otra riñecilla doméstica en algún distrito, la unidad del Campo Nacional goza de buena salud. Requerirá mantener el estado y mejorarlo para enfrentar lo que se viene. Si la reconstrucción es una tarea difícil, hacerlo bajo el fuego a discreción del enemigo oligárquico será una labor titánica. Nada, sino el interés de la Patria y el Pueblo deberá primar en los próximos meses.
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