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IBEROAMÉRICA | La antinomia de hierro

Por: Camilo Porto Rojas | Línea Nacional Popular

Pintura: Berni - Edición: Juan I. Rojas

Iberoamérica es un Pueblo-Continente. De sus resistencias ha derivado una genética etnológica - cultural de inconmensurable potencia.


América constituye desde hace más de dos siglos un ejemplo particular para la historia de la humanidad: es el primer continente íntegro en liberarse de sus yugos coloniales. La derrota del español no fue un hecho más, fue el hecho fundante de lo que algún día será la primer supra-nación del planeta.


Iberoamérica posee tres grandes nacimientos: el primero se funda en las grandes luchas independentistas, antecedidas éstas de los levantamientos en Perú, Bolivia y Haití en a finales del S. XVIII; el segundo, a través del despertar histórico de los grandes movimientos nacional populares en la segunda mitad del S. XX; el tercero, mediante el emerger de los gobiernos populares y la integración institucional de la región en la primera década y media del S. XXI.


Desde aquellas grandes eras, han pasado más de 200 años. En dos siglos de luchas, ninguna de las dos grandes fuerzas en pugna pudo derrotar por completo a su contrincante. Como en pocas épocas en la historia de nuestras luchas nacionales puede apreciarse con tanta claridad este "empate catastrófico" como en el presente. Tras las derrotas de los procesos populares de Argentina, Brasil y Ecuador entre el 2015 y el 2017, las fuerzas pro-imperialistas intentaron avanzar contra el proyecto integracionista de la UNASUR-CELAC promovido por los gobiernos populares de la región. El éxito fue relativo, ya que a pesar de neutralizar la integración regional y horadar los resortes (evidentemente no ran sólidos) forjados la década anterior, no lograron aniquilar los férreos liderazgos que movilizan a los pueblos hacia la liberación. Ya en 2018 pudo apreciarse la incapacidad del Gran Capital de penetrar por completo en la región: la victoria de López Obrador en México, el histórico desempeño electoral de las mayorías colombianas de la mano de Gustavo Petro y la derrota de la oligarquía argentina a manos del peronismo en 2019 son hitos que anuncian una tendencia que avanza en Iberoamérica.


La sorpresiva conflictividad social en Chile, Ecuador, Haití y Colombia, así como la salida de Lula de la cárcel brasilera, se orientan en función de dicha tendencia.


Sin embargo, la evidente derrota electoral del Frente Amplio en Uruguay y el artero golpe cívico policial contra el MAS en Bolivia exponen una limitación inocultable del proceso de integración que intenta renacer.


El empate es ostensible. Ninguna de las dos tendencias se encuentra lo suficientemente sólida para enterrar definitivamente a su enemigo. El empate técnico en los últimos comicios uruguayos -donde el Frente Amplio habría sido derrotado por menos de 29 mil votos- es una expresión clara de esta paridad de fuerzas en la región: la fractura divide al continente prácticamente a la mitad.


La hegemonía, tanto de las fuerzas populares como de los gobiernos anti-nacionales, es profundamente inestable. Sólo aquellas fuerzas populares con altos grados de organización social han podido sostenerse o volver a retomar el gobierno; del mismo modo, las gestiones liberal oligárquicas sólo pueden retener sus gobiernos mediante el despliegue continuo de sus aparatos represivos. Por tal motivo, estas últimas invierten millones en el equipamiento de su "Seguridad Interior".


Sin embargo, las fuerzas populares poseen en este punto de la Historia una ventaja sobre los verdugos: éstos no son una esperanza ni una incógnita, sino los meros administradores de un sistema que hace décadas viene mostrándose estéril para resolver los problemas más elementales de sus comunidades. Por otra parte, la existencia contemporánea de gobiernos promotores de ambos proyectos desplegados en la región muestran al conjunto de los iberoamericanos el contraste de los resultados obtenidos por las fuerzas contrapuestas. Asimismo, el contexto geopolítico expresa una inmensa multipolaridad, impidiendo a las fuerzas imperialistas tradicionales el despliegue de sus herramientas de dominación de la misma forma que en otras décadas.


Será tarea del campo popular aprovechar estas ventajas frente a un enemigo por demás poderoso. América vive un verdadero combate continental. Como nunca desde las guerras independentistas del Siglo XIX, las piezas se ven tan claras en el tablero. La antinomia es de hierro: Patria Grande y Pueblo o Colonia Oligárquica subordinada al Capital Trasnacional. En esta disyuntiva no hay claroscuros. Dependerá de la capacidad política de las dirigencias populares, del grado organizativo de las Organizaciones Libres del Pueblo y del mayor grado de errores que los movimientos nacionales puedan cometer el éxito o fracaso de esta lucha.


La potencia del enemigo es inconmensurable; también lo es la voluntad inquebrantable de las grandes mayorías iberoamericanas que, aunadas en un solo grito, celebraron el triunfo peronista en argentina y repudiaron el golpe genocida en Bolivia. Para nuestros Pueblos no hay alternativa: o se reconstruye la UNASUR, y con ella la CELAC, o padeceremos en el intento nuevamente.

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