Por: Camilo Porto Rojas | Línea Nacional Popular
Existe una vieja y conocida frase de Arturo Jauretche:
"El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen."
Siempre he subestimado aquella frase, tan repetida por las redes; tantas veces estampada en remeras; tantas veces dicha en ámbitos militantes...
La frase sigue: "... Por eso venimos a combatir por el país alegremente." y culmina: "Nada grande se puede hacer con la tristeza."
Tres años de gobierno oligárquico -y varias correcciones del pensamiento propio- me han hecho recalcular.
La campaña por la presidencia se ha transformado en una verdadera "guerra política". No podía ser se otra manera, habida cuenta de los intereses que se confrontan.
Cada elemento juega un rol fundamental: los embates contra los candidatos presidenciales; la prensa, pilar angular del discurso oficial que señala la "horrorosa" posibilidad de "volver al pasado"; la inauguración de obras, siempre falsas, siempre acompañadas por la típica fotografía del "antes" y el "ahora"; la Justicia, maniatada por el Ejecutivo, haciendo desfilar a funcionarios del gobierno anterior; las encuestas, siempre cuidadosas y titubeantes, que afirman un supuesto "empate técnico" entre ambas fuerzas.
Nada nuevo. Y sin embargo, pareciera ser que el discurso oficial ha calado hondo en la conciencia del campo propio. Tras algunas semanas de tranquilidad, la calma del votante nacional popular fue detonada por una marea de elementos -cuidadosamente ordenados y meticulosamente administrados- que han configurado en el riñón propio una serie de temores y desconfianzas que no conducen a nada más que a la desmoralización.
La desmoralización se ha configurado siempre como un elemento de peso para el proyecto liberal conservador. Gracias a ésta, una fracción apreciable del Campo Nacional Popular permaneció inactivo durante estos tres años. En parte, la derrota del 2017, se debe al cúmulo de emociones que han conducido a bastas franjas del electorado popular a pensarse "en minoría", es decir, en extrema debilidad frente a un enemigo que se presume invencible.
El clásico ejemplo es el debate en derredor de las encuestas. Cuando éstas "van bien", el compañero dirá: "no nos dejemos guiar por las encuestas; no sea que nos pase lo del 2015"; cuando las encuestas "van mal", dirá: "no creer en las encuestas es ignorar la realidad". En fin, para el "desmoralizado" todo siempre irá mal, en tanto descree y desconfía de los dos elementos que realmente juegan en una elección: dirigentes y Pueblo. No confundir el otro extremo que cuya apreciación, no es moderada, crítica ni analítica de la situación y deja guiar su visión mas por la esperanza que por la razón. La esperanza debe ser el motor pero no la neblina.
Del Pueblo se ha dicho que está "derechizado", que sus organizaciones "le hacen el juego a La Derecha", que "merecen lo que les toca por votar como votan".
En cuanto a la dirigencia, la desconfianza es tal que hasta existen sectores -por izquierda y por derecha- que afirman que Alberto Fernández es "un liberal" y que Cristina una "social demócrata" que no representan a "la Doctrina" peronista. (No es curioso viniendo de fracciones que en lugar de tomar criterios de una real Tercera Posición, se acomodan en los antiguas corrientes del Pensamiento Liberal).
Tal es el escenario, tal es la gravedad del asunto.
Si en algo ha sido habilidosa la inteligencia oligárquica es en utilizar el peso de sus enemigos -nosotros/as- en su contra. La desmoralización debilita la capacidad del pensamiento, la entorpece, la enlentece. Con gran habilidad ha instaurado en las capas medias del electorado nacional -las que aún ostentan una posición económica regular- que las causas de una "posible derrota", es decir sus culpables, son el Pueblo y sus dirigentes.
Eso si es preocupante.
Las cartas están echadas y el reloj no se detiene. En tal sentido es necesario entablar la batalla electoral desde un pensamiento libre de emocionalidades estériles con base en la realidad.
¿Qué elementos nos proporciona la realidad?
Primero, que en las derrotas del 2015 y 2017 el peronismo fue absolutamente dividido a enfrentar un enemigo potencialmente unificado. Mientras que el conjunto de las fuerzas históricamente antiperonistas fueron juntas, el peronismo fue política y socialmente fragmentado: políticamente, porque a la división FPV - FR del 2015, en 2017 se sumaron nuevas divisiones que pulverizaron la representación del peronismo de cara a la sociedad; socialmente porque en 2015 la Clase Trabajadora se encontró dividida en 5 micro centrales y varios Movimientos Populares, todos con expresiones políticas diferentes, y en 2017, aunque en pleno proceso de unidad, la Clase Trabajadora no concebía un espacio de representación mancomunada, debiendo optar por expresiones partidarias divididas.
Segundo, que la realidad del 2019 nos muestra una cara absolutamente diferente a los procesos vividos en los años anteriores. En el plano social, la CGT, las tres CTAs y la inmensa mayoría de las organizaciones de Economía Popular (CTEP, CCC, Barrios de Pie, etc.) acompañan la fórmula de Alberto Fernández y CFK. En el plano político-partidario, no sólo se observa la mayor unidad del peronismo desde 1973, sino que sectores ajenos en los últimos 16 años se han sumado con entusiasmo a la construcción del Frente de Todxs.
Tercero, que las tan célebres "encuestas de opinión" delinean apenas un espejo parcial y momentáneo de la opinión pública. En tal sentido, oscila periódicamente. Por otro lado, y exceptuando contados ejemplos, la encuesta es un "producto", un bien de compra y venta, por lo que su contenido refleja, en gran medida, la realidad que el comprador (partido o candidato) quiere apreciar. Dicho "producto" tiene, asimismo, una poderosa función política: imponer al público una realidad determinada con el objetivo de operar sobre sus estados de ánimo, estimular emociones, producir efectos prácticos.
Cuarto, que el gobierno de la Alianza Cambiemos se encuentra notoriamente debilitado. Las múltiples derrotas provinciales han sido -aunque se intente disimularlo- el reflejo explícito de la vulnerabilidad de un régimen agotado y en franca retirada. Sin embargo, la infernal "cortina de hierro" mediática intenta mostrar una realidad opuesta. La imagen del presidente tocando el asfalto de una "obra concluida" diciendo "esto no es relato, es real" es la demostración cabal de su debilidad: un gobierno de "obras", aún reales, no es más que estética estéril ante el hambre de millones. Frente a esta realidad, la radicalización del discurso anti-nacional, anti-sindical, anti-popular es esencialmente la táctica de autopreservación: cuidar el núcleo duro y atraer a quienes se fueron, optando por otras tendencias liberal-conservadoras -Lavagna, Espert, etc.- para consolidar el piso y ampliar el techo.
A todo esto, no se ha hecho mención del pavoroso desastre social que padece el Pueblo argentino. De su sufrimiento hemos sido testigos innumerables veces: en las miles de fábricas que cierran dejando a centenares de familias sin ingresos, en las barriadas pobres donde los pibes y pibas malnutridos colman los comedores, en las salvajes represiones contra la castigada Clase Trabajadora, en las fábricas y talleres tomados por una oleada de despidos sin precedentes, en las calles repletas de compatriotas en situación de calle buscando un rincón para protegerse del frío.
Sin embargo, por “obra e' Mandinga”, por “derechizado” o por -digámoslo, lo piensan- “bruto”, el Pueblo pobre estaría dispuesto a darle un mandato más a Macri. ¿Pero cómo se llega a esta brillante conclusión? ¿Por qué lo harían? ¿Por qué Alberto es “social-demócrata”/"Liberal"? ¿Por qué la campaña no señala la necesidad de “volver a la Doctrina”? ¿Acaso por qué Macri lo tiene a Durán y nosotros no?
Desde Línea Nacional Popular hemos sido claros y categóricos en nuestras críticas hacia todo aquello que haga peligrar la victoria del Pueblo. Hemos sido tan críticos del triunfalismo abstracto como del pesimismo irracional. En cuanto al análisis de la realidad, nuestro método siempre ha sido el estudio riguroso de la misma: cuando la realidad es adversa, lo decimos; cuando el campo es fértil para avanzar, también lo decimos. Nunca nos hemos guiado por los estados de animo, sino por los hechos. Y los hechos demuestran que ni estamos peor ni igual que en 2015 y 2017; por el contrario, estamos muchísimo mejor.
Los conceptos vertidos no pretenden decir bajo ningún punto que la victoria es nuestra. Cabe señalar que existe también cierto sentido triunfalista en capas dirigenciales y militantes que ya están discutiendo qué hacer “cuando seamos gobierno”. Tampoco compartimos ese pensamiento. Se ha dicho en este apartado y en otros trabajos de LNP que la Inteligencia Oligárquica opera mejor en la adversidad, alcanzando victorias en medio del derrotero. Esto es un elemento comprobable en nuestra historia desde el fracaso del proyecto artiguista por medio de la captación de Pancho Ramírez hasta nuestros días.
Creemos, en este sentido, que la campaña de la “desmoralización” se ordena en la necesidad de reproducir la exitosa estratégica del 2017: desmovilizar al contrincante que se comprende derrotado sin dar la pelea. De lo que se trata es precisamente de esto. Sentar las bases de un microclima de derrota para así poder golpear con mayor facilidad. De esta manera, las sospechas del “fraude anunciado” semanas atrás quedarán disipadas. La culpa de una posible derrota no será obra del inconmensurable poder del Capital financiero operando en la Argentina, sino de una “mala campaña”, de “candidatos mediocres” y de un Pueblo “bobo” que merece ser esclavizado y morirse de hambre. Nuevamente, aquella red infernal de intereses financieros, internacionales y burocráticos que es la Oligarquía, permanecerá invisible a los ojos de quienes intentarán encontrar el culpable de su desgracia en el campo propio.
A la luz de los conceptos vertidos, la frase esgrimida por el viejo hombre de F.O.R.J.A. toma forma de una idea – fuerza de gran potencia. Su experiencia de vida le había enseñado a no menospreciar la “tristeza”. En las letras del tango, expresión metafísica del Ser Rioplatense, se expresa con claridad la potencia destructiva de la desmoralización. Me vienen a la cabeza los versos de aquella pieza del compañero Pino Solanas: “Sólo y al costado, como un Cero, sólo; al que marginaron y resiste sólo. (…) Sólo, como un Cero, sólo; sólo, resistiendo, sólo.” Nada ve quien sufre la infinita angustia de la derrota sino a sus propios fantasmas. En ese instante del tiempo, la conciencia reposa en un sueño espeso y entra en juego la emoción. Será ella, y no la racionalidad, quien impere en la interpretación de los hechos. Se sentirá sólo y aislado, aunque fuera de aquel microclima exista un Pueblo en lucha por la liberación. No se sentirá parte de las Grandes Mayorías Nacionales -a quienes odiará en secreto por creerlas responsables de su desgracia eterna- sino de una minoría reducida, también sufriente, condenada a la derrota eterna por haber nacido en un país con un Pueblo bárbaro sin conciencia y sin vocación de poder.
Cuanta razón tenía Jauretche. La potencia de los Pueblos está en su felicidad. “Los pueblos deprimidos -decía- no vencen”. Tamaña aseveración tiene asidero en la más innegable realidad. Combatir el “desánimo” se transforma, entonces, en una tarea militante, colectiva e individual en simultáneo. De esta contienda contra “los profetas del odio” dependerá en gran parte la victoria del Campo Nacional y del Pueblo todo.
Todavía estamos a tiempo. La capacidad inmensa de la Clase Trabajadora organizada y del conjunto de las Organizaciones Libres del Pueblo, cuyo concurso en el proceso electoral ha dinamizado la campaña, es nuestro capital mas preciado. Gracias a él es que estamos aquí con grandes posibilidades de vencer en primera vuelta. Requerirá de la capacidad del conjunto del Movimiento Nacional Popular actuar con la templanza y la conciencia suficientes para no caer en trampas montadas por el adversario. Ellos conocen nuestro andar, nuestros miedos y defectos; han estudiado cuidadosamente nuestras conductas y reacciones. Debemos pues andar con cuidado y obrar con la mayor claridad posible. Sólo el ejercicio riguroso del pensamiento podrá conducirnos hacia la victoria. Golpear cuando y donde duela y bloquear el ataque del adversario a tiempo, proteger los flancos vulnerables y utilizar, siempre que se pueda, el efecto sorpresa.
Si actuamos con la responsabilidad que la hora nos demanda, la victoria, no tengamos dudas, está asegurada.
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