Por: Camilo Porto Rojas | Línea Nacional Popular
Cae la noche... Una brisa fresca recorre las calles del sur de la ciudad puerto.
Me viene a la cabeza el domingo pasado: los tambores marchaban, indomables, por las calles de San Telmo. La gente bailaba, como en un ritual mancomunado entre las vecinas y vecinos y aquella cuerda de tambores. A ellos y ellas también los quieren "limpiar".
Pero siguen en la calle...
Decía el poeta Jaime Dávalos en una de sus obras:
Nadie la para ya, no pueden detenerla
ni la calumnia, ni el boicot, ni nada.
Ni el odio temeroso, porque sabe que la tierra
jamás fue derrotada.
Este es un continente de aventura,
que a los aventureros se los traga,
les sube por la sombra, despacito,
y el ojo codicioso les socava.
A contramano de las fervientes oraciones del poema, en sus últimos dos siglos de vida, desde que América quiso dejar de ser "de España" hasta nuestros días, los Pueblos de la región no han tenido muchas victorias.
Sin embargo, esta afirmación es relativa. Dependerá de con qué lente se observe.
Si contamos los logros de cada nación americana dividida de sus hermanas (un gran éxito que debemos a la corona británica, no a la española), podríamos llegar a la conclusión de que la hegemonía del opresor es al menos persistente, sino crónica. Más observando a la América como una totalidad y no como una veintena de republiquetas fraccionadas, la realidad es absolutamente otra. Ni las oligarquías ni los imperios han podido derrotar definitivamente a los "cachorros del león" como dijera Rubén Darío. Los pueblos latinoamericanos y sus organizaciones no son una fuerza simbólica, sino un riesgo efectivo para el sistema neocolonial contra el que se mantienen, desde el gobierno o desde la oposición, en disputa constante.
Tal es la realidad, no ha existido ni existe en nuestro continente una hegemonía real de ninguno de los dos proyectos en pugna: ni el de las oligarquías que no termina de morir, ni el de los Pueblos de la Patria Grande que no termina de nacer.
Los pueblos latinoamericanos han sido los únicos en la historia de la humanidad en liberar un continente entero. Asimismo, América Latina es el único continente que ha presentado experiencias revolucionarias verdaderamente populares en sus gobiernos.
Sin embargo, la idea de una hegemonía “de Derecha” –tal y como popularmente se le llama a los gobiernos liberal conservadores– pisa fuerte en las franjas medias de la sociedad que se han acercado a los proyectos nacional populares.
¿Por qué?
Las últimas derrotas sufridas por los pueblos a manos de la reacción no han atenuado la reacción oligárquica en su contra, en tanto saben que el proyecto emancipador de los oprimidos no es una utopía, sino una realidad en movimiento. UNASUR, ALBA, CELAC, si bien se encuentran en franco retroceso (sobre todo por las derrotas de Argentina y Brasíl), son la resultante de una realidad existente en la región, una insurgencia cultural, idiomática, política e histórica que perdura y sigue en franco desarrollo. Bolivia, Uruguay, Venezuela, Nicaragua, El Salvador y Cuba son realidades efectivas. Paralelamente, el renacimiento de la conciencia popular suramericana del Pueblo colombiano corporizado en la figura de Gustavo Petro, aún derrotado en las últimas elecciones, representa un avance significativo para la región considerando que dicho país fue escindido de sus hermanos desde la trágica muerte de Jorge Eliecer Gaitán casi un siglo atrás.
Ellos lo saben.
Nosotras y nosotros, en cambio, pareciéramos ignorar la fuerza transformadora que poseen nuestros pueblos. Parte de las nuevas (y no tan nuevas) generaciones del campo popular desconocen el “pecado original” cometido por nuestros países para desatar la furia de las naciones imperialistas y sus aliados locales, nuestras oligarquías.
Es comprensible.
Julio Troxler se preguntaba en el film “Operación Masacre”:
“¿Qué significaba ser peronista?, ¿Qué significaba ese odio, por qué nos mataban así? Tardamos mucho en comprenderlo, en darnos cuenta de que el Peronismo era algo más permanente que un gobierno que puede ser derrotado, que un partido que puede ser proscripto. El Peronismo era una clase, era la clase trabajadora que no puede ser destruida, el eje de un movimiento de liberación que no puede ser derrotado y el odio que ellos nos tenían era el odio de los explotadores por los explotados"
Decía Juan Perón en su Actualización Política y Doctrinaria para la toma del poder, que la fórmula para operar sobre la realidad era: “Ver, base para apreciar; apreciar, base para resolver; y resolver, base para actuar”.
Existe, por desconocimiento por un lado y por cierto sentido de inferioridad ideológica por el otro, una cortina de hierro interpuesta entre ciertos sectores nacional populares y la realidad insurgente que se vive en las calles. Dicha desconexión entre las franjas medias del movimiento y las luchas callejeras de las organizaciones sindicales y sociales es un problema central a resolver. Los primeros, desmovilizados por el microclima de desánimo en el que viven inmersos, no desconfían de la practicidad de la lucha; los segundos, principales afectados del modelo liberal conservador, imprimen en la cotidianidad la lucha por sus derechos cercenados. La coalición debe surgir desde la comprensión de aquellos sectores desmovilizados de la necesidad de luchar; las organizaciones obreras los recibirán.
Uno de los factores principales para alcanzar este objetivo es trabajar sobre estas franjas y persuadirlas de que la realidad en la que están inmersas no es tal. Debe primar el análisis y el pensamiento a guiarse por los estados de ánimo. La derrota es dura y acarrea consecuencias colectivas y personales para cada militante, para cada persona del campo nacional popular. Más el desánimo es mal consejero a la hora de analizar la realidad. La racionalidad debe imponerse. América Latina sigue en proceso de transformación. El retroceso (inocultable, por otra parte) de las fuerzas populares no debe ser entendido como producto de que nuestros pueblos se han “derechizado” ni bajo doctrinas teleológicas tales como la Teoría de los Ciclos que intentan explicar la historia como “alternancias” inevitables entre derechas e izquierdas. En gran medida, las derrotas de nuestros gobiernos (en oficialismo) y de nuestros dispositivos políticos (en oposición) se debe más a errores propios que a la baja calidad ideológica de nuestros pueblos. Basta un ejemplo: a pesar de que la concentración mediática más grande del mundo, el conjunto de las instituciones y la inmensa mayoría de los partidos opositores se encuentren alineados con el proyecto oficial, más del 70% del pueblo argentino rechaza el rumbo liberal conservador y se expresa, a través de sus organizaciones, en la calle, en la fábrica, en el taller, en el ingenio con la huelga, el corte de ruta, el piquete, la movilización social.
Es un hecho innegable: en la Argentina y en Latinoamérica, desde el gobierno o desde la oposición al régimen neocolonial, se lucha por la liberación nacional. Que los errores estratégicos y tácticos hayan primado a los aciertos en el último tramo de la década actual es un problema a resolver, no una enfermedad crónica.
El objetivo de vencer a la Oligarquía requiere de todos los esfuerzos sin discriminar a ningún sector. No por haberse incorporado a la lucha el día de mañana es más o menos opositor que quienes hemos estado en la calle desde el primer día. Por otro lado, quienes se sumen deben hacerlo con el baño de humildad necesario para el recién llegado y reconocer (por ser una realidad) el liderazgo de la Clase Trabajadora en las luchas sociales.
Debemos ensanchar nuestras filas lo más posible. Ninguno de los problemas que estamos atravesando no tiene solución. Comprenderlo es el primer paso.
Recuperar Argentina y reposicionarla en la senda de los pueblos latinoamericanos en su lucha por la liberación es un imperativo que la hora nos demanda. Luchar por ello no es sólo luchar en defensa propia, sino por el avance definitivo del proyecto de San Martín y Bolívar sobre una América colonial que viene agonizando desde hace más de un siglo. De esta manera, más temprano que tarde, tal como escribiera Jaime Dávalos, los americanos y americanas del sur diremos al mundo con la potencia del rugido del León:
“AMERICA, tierra del futuro, igual que la mujer, ¡vence de echada!”
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