Pequeña crónica de una tarde noche agitada
Por: Luca Stecco | Línea Nacional Popular
El rugido de la multitud aparece lejano en las afueras de la Feria del Libro. No se llega a escuchar con claridad lo que están cantando, pero se advierte el fervor con que lo hacen. Ya dentro del predio de La Rural, el sonido se aclara: “Sinceramente... les copamos La Rural.”
Son las 17.30 y en dos horas y media, según lo anunciado, la ex Presidenta y actual Senadora Nacional, Cristina Fernández de Kirchner, presentará su libro en un marco inédito.
El color celeste de las pecheras de Unidad Ciudadana, que decenas de chicos y chicas jóvenes portan, se entremezcla con un cielo negro que desde hace horas vuelca una lluvia incesante y dura. Alrededor de la Sala Jorge Luis Borges –la más amplia del lugar con capacidad para mil asistentes- se despliega un operativo de seguridad riguroso, periodistas atentos a la escena y cientos de personas de todas las edades ansiosos por la hora señalada.
No faltan quienes sin tener el precinto azul necesario para poder entrar, se acercan e intentan rogarles a los empleados de seguridad que les permitan ingresar. Acá y ahora todo es intenso: desde la emoción de los viejitos al observar tanta juventud apasionada con sus cánticos, hasta los insultos de un puñado de desvergonzados que impiden que los periodistas del Grupo Clarín realicen su (cuestionable) trabajo, pero trabajo al fin. Aunque sin duda alguna no es esa la impronta que reina en la gran mayoría.
Por donde se mire, se observan rostros felices y con el único ánimo de celebrar lo que se considera un esperado y aliviador regreso de la figura política que mayor esperanza reúne en la sociedad. Carla lo expresa con precisión: “Pude comprarme el libro la semana pasada. Lo estamos devorando con mi marido. Y hoy vinimos hasta acá porque no queríamos perdernos esta fiesta, en medio de estos tiempos difíciles, esto es un regalo al alma.”
Aunque no todos lo viven de la misma manera: algunas señoras pasan por el costado de la alegría generalizada con cara de disgusto y un dejo de desprecio. No son muchas pero se hacen notar, por el contraste tan evidente y gráfico. A las 18 ya son centenares quienes se van acercando a la pantalla instalada al lado de la sala, a cielo abierto y con una superficie repleta de barro. No importa: nada ni nadie puede nublar el entusiasmo de los miles que se acercaron hasta el simbólico predio de la Sociedad Rural por algo más que un libro: la protección de su estado de ánimo, reflejada en una persona.
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